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8M: Sobran los motivos

Hoy hace un año, millones de mujeres de todas partes del mundo se movilizaron con la aspiración de parar el mundo. Miles de ellas salieron a la calle en la Comunitat Valenciana en una multitudinaria manifestación que puso en la agenda las discriminaciones múltiples que sufren las mujeres por el mero hecho de serlo. Espoleadas por el movimiento me too y con la vista puesta en la sentencia de la Manada que estaba por venir, el 8 de marzo de 2018 devino en una protesta histórica, un punto de inflexión en el movimiento feminista que arrastra años de conquistas sociales, pero que ese día dejó claro, por si exístian dudas, que ha venido para quedarse y que su causa es global. Tal fue el éxito de convocatoria que países como Portugal han puesto a España como ejemplo para seguir en este día internacional de la mujer.

Aquel 8 de marzo el foco de las reivindicaciones de agrandó, fue una basta ya a la brecha salarial, a la precaridad en el trabajo, pero también un grito contra un machismo imbricado en las instituciones y en una cultura que todavía hoy tiende a considerar a las mujeres como menores de edad. Un no de mujeres migrantes, amas de casa, estudiantes, empresarias, sindicalistas, paradas, pensionistas, cuidadoras... En el aniversario de esta protesta, las organizaciones femenistas han convocado de nuevo a las mujeres a otra gran movilización, les piden que paren, que salgan a la calle, para que su trabajo, remunerado o no, su forma de ser y estar en el mundo sea más visible que nunca.

El feminismo volverá hoy a ser noticia porque su reto, la igualdad real y efectiva entre mujeres y hombres y el fin de todo tipo de violencias hacia las mujeres, aún está por llegar. Es cierto que ha habido avances. Han pasado 107 años desde que se celebró por primera vez el día internacional de la mujer, una celebración en la que se hizo bandera por el derecho de las mujeres a votar y ocupar cargos públicos, así como por su derecho al trabajo y a la no discriminación laboral. Sin embargo, hizo falta una tragedia, el incendio en la fábrica de confección textil Triangle Shirwaist en Nueva York y la muerte de 123 trabajadoras y 23 trabajadores, en su mayoría inmigrantes, para que el Gobierno de los Estados Unidos introdujera mejoras en la legislación.

Un siglo después, en los países del primer mundo, la igualdad ha llegado en el plano formal. Las leyes y las constituciones, ahora sí ya universales, prohíben expresamente la discriminación por razón de sexo. Sin embargo, los pasos no son suficientes. No basta con la igualdad formal. Ese mundo de mujeres diversas, pero libres y con las mismas oportunidades de vida que sus compañeros varones, es todavía una utopía y es responsabilidad de toda la sociedad convertirlo en realidad. Nos compete a todas y a todos, también a los medios de comunicación cuya función social sería incompleta sin ese compromiso firme por la igualdad. Las mujeres representan a la mitad de la población y tienen, como mínimo, derecho a la mitad del poder, a la mitad de la representación en las empresas y en las instituciones, a la mitad de los recursos porque una democracia sin mujeres, sin mirada de género, es una democracia devaluada. Hoy, un año después de aquel 8M, la brecha entre la utopía y la realidad sigue existiendo. La pobreza, la explotación sexual, la trata de seres humanos sigue teniendo rostro femenino y todavía conceptos como el techo de cristal, el suelo pegajoso o la brecha salarial son obstáculos con los que las mujeres tropiezan en vida diaria.

La violencia machista mata cada hora a seis mujeres en el mundo; en España, en lo que va de año, nueve mujeres han sido asesinadas, mientras que, desde que comenzó el recuento estadístico en 2003, el número de víctimas mortales suma 984. Además, las manadas siguen sueltas. La violencia sexual, el acoso, el control en las redes sociales no son cosa del pasado, sino de un triste presente. En la Comunitat Valenciana, se cometen a diario cuatro agresiones sexuales. La violencia contra las mujeres es consecuencia de la desigualdad y cualquier retroceso en las políticas que defienden y protegen a las mujeres trairía consecuencias. Por eso, cabe estar alerta ante aquellos discursos que juegan a la confusión, que retuercen la realidad y caen en el negacionismo. En época electoral, es importante señalar que el feminismo no puede ser un simple eslogan político, ni una etiqueta, ni reducirse a mensajes electoralistas. Es necesario, un cambio profundo en las estructuras, que cambie mentalidades y la conciencia colectiva e individual y para ello, es necesaria la educación en igualdad desde la infancia. El feminisimo no sabe de guerra de sexos porque se inspira en la solidaridad y en una justicia social que en su momento se diseñó dando la espalda a las mujeres. Ahora más que nunca, resulta necesario redoblar el compromiso con la igualdad. Sobran los motivos para otro exitoso 8 de marzo.

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