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Billete de vuelta

Tratado sobre la idiotez

A los que no se metían en política y se despreocupaban de la cosa pública, los griegos los llamaban "idiotas" ("idiotés" se pronunciaba la palabra que usaban esos clásicos que no inventaron la democracia para que generaciones futuras la pervirtieran). O sea, que según la acepción de la antigüedad, son idiotas todos los apolíticos o aquellos que sólo se ocupan de los asuntos propios. De manera que hay idiotas también en la res pública que están en ella sólo con el afán de medrar en beneficio propio.

Los romanos, que aprendieron de los griegos el afán de dominación, aunque lo hicieron mejor con la espada que con el verbo, le buscaron otro significado al idiota. Para los latinos, la idiotez era sinónimo de ignorancia. O sea, que en latín un idiota era un tipo zafio, burdo y sin instrucción. Después en el Medievo, tiempo oscuro y tenebroso, se decía idiota a quien no creía en Dios.

Ha habido grandes idiotas a lo largo de la historia que han cosechado notable fama. El diario The Guardian publicó en 2015 la lista de los presidentes más zoquetes de la historia de Estados Unidos. Y ganó Bush padre por goleada. Ronald Reagan protagonizó en 1945 una película en la que hacía el papel de un estudiante universitario que convivía con un chimpancé. En su campaña presidencial, un rival pagó de su bolsillo la reposición del filme y editó un cartel que decía así: "Adivine cuál de los dos está más preparado para ser presidente". El caso es que Reagan ganó.

Si un idiota puede llegar a dirigir la primera superpotencia mundial es sinónimo de que hubo millones de su mismo coeficiente intelectual que le votaron. La relación causa-efecto puede aplicarse también a España y a ciertos momentos de su historia reciente.

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