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Un otoño turbulento

nadie sabe qué va a pasar en el cuatrimestre que empieza, pero seguro que va a ser complicado y turbulento. Hay inputs negativos, también positivos pero bastantes menos. El pesimismo radical es pues precipitado.

La presidencia de Donald Trump, del «America first» y la pulsión proteccionista amenaza el orden político y económico mundial. Lo dio a entender la semana pasada el presidente de la Reserva Federal americana, Jerome Powell, al decir que los bancos centrales no tienen la receta para corregir los efectos negativos de las guerras comerciales. Consecuencia: Trump tuiteó que no sabía si el gran enemigo de América era el presidente chino o Powell, al que él mismo eligió para presidir la FED y que no ha sido sumiso. Cuesta pensar que con este patriarca el mundo pueda rodar bien.

Pero el pasado fin de semana la reunión anual del G7, relevante en la gobernanza mundial, fue mejor de lo esperado. Trump rebajó su discurso contra China, Emmanuel Macron consiguió suavizar algo las tensiones y no acabó como el rosario de la aurora del año pasado en Canadá. Quizás Trump se desdiga -la incoherencia es su seña de identidad- pero no quiso romper la porcelana del G7 que, aunque tiene serios problemas -la ausencia de Rusia y China- ayuda a encauzar crisis. ¿Cree que el G7 del 2020 (en Florida) puede servirle en su campaña presidencial?

Biarritz también ha puesto de relieve que Europa sigue y que Macron puede ser una voz respetada, junto a la canciller Angela Merkel que está en su última etapa. Pero la retirada de la alemana y la posible recesión en su país por la caída de las exportaciones (el 47 % de su PIB) no son buenas noticias. Alemania es la locomotora de Europa y Merkel una europeísta convencida. Por eso preocupaban las elecciones de ayer en dos landers del Este -Sajonia y Brandenburgo- con el auge de la ultraderechista y antieuropeísta Alternativa por Alemania.

Pero lo más inminente y aparatoso es la apuesta de Boris Johnson por el brexit definitivo, aunque sea sin acuerdo, el 31 de octubre, lo que tendría graves efectos económicos. El nacionalismo primitivo del conservador Johnson pesa más que los intereses del mundo económico y financiero y le incita incluso a violentar las normas en el país que fue la cuna del parlamentarismo. Que en Gran Bretaña tenga tanto empuje el nacionalismo populista y de ribetes autoritarios -en parte por la extravagancia de la izquierda laborista de Jeremy Corbyn- da que pensar.

Y la salida de Gran Bretaña, cuando se acabe de estrenar la nueva Comisión Europea en Bruselas, sería una potente pastilla depresiva para la UE. Salvo que una difícil alianza de laboristas, liberales, verdes, nacionalistas escoceses y conservadores moderados logre parar los pies a Johnson, que admira a Winston Churchill, pero puede lograr todo lo contrario. Churchill salvó a Inglaterra y a Europa. Johnson puede desmantelarlas.

Pero la pulmonía alemana y el cáncer inglés tienen contrapunto italiano. Allí el extremista Matteo Salvini, que quería forzar elecciones anticipadas para obtener «plenos poderes» a lo Mussolini, ha sido frenado por un nada fácil pacto de los populistas izquierdosos de 5 Estrellas (con muchos más votos y menos venezolanos que Podemos) y la izquierda clásica socialdemócrata. Que en Italia el populismo antieuropeo de Salvini pierda no compensa lo otro€ pero algo recompone.

En este contexto, la situación española, con una economía que crece pero se va a desacelerar y con una posible parálisis política si tienen que repetirse elecciones, no es alentadora. ¿Se van a tener que repetir los comicios? Con un PSOE sin alternativa pero con solo 123 escaños, un Albert Rivera que transita del liberalismo al fundamentalismo antisanchista, un Pablo Iglesias que no mira ni a Portugal ni a Dinamarca sino la vicepresidencia, y un PP que cree que lo del PSOE con Mariano Rajoy del 2016 no es moneda de curso legal, es bastante probable.

Alguien me asegura que en la península falta responsabilidad por todas partes menos por una, Íñigo Urkullu. Pero el PNV es pequeño y no se puede votar ni en Madrid ni en Barcelona. Exageran, pero es cierto que el lehendakari estuvo más presto a investir a Rajoy que el PSOE. Y ahora a Pedro Sánchez que el PP. Sorprendente.

Y la parálisis de Madrid envenena Cataluña. En plena campaña electoral -si se repiten- llegará la sentencia del Supremo contra los dirigentes independentistas. ¿Tendrá que administrarla un Gobierno en funciones? Aunque en Washington el patriarca fuera otro, aquí el otoño sería turbulento.

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