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La ventana

Miradas penetrantes

Uno de los propósitos más nítidos que recuerdo de infancia y adolescencia es la promesa de no caer en el pluriempleo que me impedía ver a mi padre durante de la semana laboral, lo que mezclado con el deseo en plan protesta de no tener hijos trajo como consecuencia el resultado previsible: curro sin horario, fines de semana incluídos, y contribución al nacimiento de una familia numerosa. La disección de la realidad actual saca a la luz que son precisamente los jóvenes quienes más ansían echar mano de dos trabajos para salir igualmente adelante. Mi padre entró a currar a los catorce de botones a la entidad bancaria en la que se jubiló con un broche dorado de reconocimiento que conservo en la solapa de unaA americana heredada en la que aún siento su pedazo de figura, a ná y menos de que un infarto cerebral se lo llevase al otro barrio. Lo sostiene Higinio Marín, impartidor de filosofía que gusta de agitar las mentes de toda clase y condición: «Los jóvenes no lo tienen mucho más difícil que sus padres o abuelos... Aunque no estoy muy seguro que la de hoy sea la generación mejor formada, sí la más titulada, se han abierto posibilidades que eran ciencia ficción para chavales de épocas anteriores... Lo que echo de menos es pasión por comprender, por emprender un camino hacia sí mismo, por buscarse. Esa pasión interior es la que echo en falta».

Un profe que azuza el transcurrir estudiantil acomodaticio y la actitud «compasiva y complaciente» de los adultos para con «los pobres sufrimientos de esta juventud desgraciada que es la que vive en las mejores condiciones materiales de la humanidad desde que hay un sapiens». Toma del frasco, Carrasco. Ojo, que no niega los condicionantes externos, pero cuestiona la respuesta. El cineasta Benito Zambrano, con sensibilidad para dar y tomar, señala que, aunque se ha progesado, «hay una violencia sutil proveniente de la precariedad laboral». Y, sí. Mi prole no tiene hijos ni piensa en ello, pero estoy de sus perritos hasta aquí.

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