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La insatisfacción permanente es tendencia

Algo se muere en el alma cuando un hijo tuyo considera, y así te lo hace saber, que otra madre es mejor que tú. Morir, morir, quizás no; pero está claro que resentirse, sí. Ay. Llega un día en el que otra mamá es más moderna, más estilosa, más guapa y lleva tacones más altos que tú o, simplemente, lleva zapatos de tacón y no va siempre en deportivas. Es probable que tu pareja piense lo mismo, pero hoy hablamos de prole. A todos nos ha sucedido, por activa y por pasiva. Recuerdo que, durante un verano, anhelé que mi padre se pareciera a mi profesor de natación y deseé que mi madre cocinara como Maruja, la madre de mi amiga María. Hiciera lo que hiciera mi maravillosa madre, Maruja siempre lo hacía mejor. Los hijos, a veces, somos un pelín crueles. Valoramos poco lo que hacen nuestros padres por nosotros y damos su afecto e incondicionalidad por sentados. Menos mal que acabamos madurando. O no.

Conozco a personas que creen firmemente que la vida de cualquier otro es mejor que la suya. Cualquier otro tiene más suerte, un trabajo más interesante, una familia más cohesionada, un coche más grande, una vida social más dinámica y atractiva y mejores oportunidades para prosperar. Otros muchos, a pesar de no compararse con los demás, son incapaces de admitir que su vida es más que aceptable. Son esos que arquean una ceja, te sueltan un pse, cuando les preguntas cómo les va la vida y tienen un 'pero' para todo. Decir que estás bien es ir en contra de la dinámica actual. Que te guste tu barrio, que tu pareja te caiga bien, que adores a tu familia, que consideres a tus amigos imprescindibles y, salvando algún matiz, que admitas que eres una persona privilegiada por todo lo anterior es un acto revolucionario. Y es que los tiempos actuales marcan que toca estar muy enfadado. Con todos y por todo. Mal el trabajo, mal la sociedad y mal los jóvenes. Los compañeros de oficina son un espanto, los jefes unos pardillos y el horario un desastre. No hay que fiarse de los abogados, los periodistas no tienen ni idea, sabemos más que los médicos y sin comentarios sobre la justicia española. Si te atreves a opinar, te linchan. Si optas por callarte, te acusan de cobarde o de equidistante. La cuestión es quejarse y el resultado es la crispación.

Hay que reconocer la contribución de los políticos a esta situación. Representantes faltones, carentes de savoir faire, empeñados en ver la paja en el ojo ajeno e incapaces de hacer autocrítica. Lo sucedido en este país da para escribir varios sainetes. Riñas y reconciliaciones, abrazos y puñales. Hemos sido testigos de campañas electorales con tigres y peluches, presenciado, atónitos, intervenciones exaltadas durante el debate de investidura y asistido al milagro de los panes y las vicepresidencias. Un guion perfecto para las Mamachicho. Fin, ya está. Se acabó el espectáculo. Ahora toca trabajar, estar a la altura, dar ejemplo y, sobre todo, toca educación. De todos: de los que gobiernan y de los que están en la oposición. Es hora de salir del patio del colegio. Y, hablando de niños, voy a ver si logro que los míos vuelvan a considerarme la mejor madre.

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