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Billete de vuelta

Langostinos tuertos

En gigantescos criaderos de langostinos de las costas de Brasil y Ecuador, utilizan un macabro sistema para que las hembras maduren antes y se reproduzcan con mayor frecuencia. Provocan lo que el periodista Rossend Doménech ha bautizado como el "trauma de los langostinos tuertos": consiste en quitar un ojo a las hembras, que a causa del estrés de esa extirpación ocular producen más huevas, lo cual genera un enorme beneficio económico para la industria productora.

Si con un ojo menos, las hembras de langostino (o langostinas) se vuelven más fértiles, tal vez una intervención de cirugía similar entre los políticos con mando en plaza ocasionaría que alumbraran más fecundas ideas en beneficio del común. Obviamente, los mandatarios públicos más beneficiados por esta estrambótica medida serían los de Huelva, suponiendo que los onubenses, más aficionados que nadie al crustáceo decápodo, fueran, de los políticos españoles, los más propensos a meter la gamba.

Ojo: no se tome esta humorada como una petición sumarísima para aluzar una nueva clase política de alcaldes, concejales, diputados autonómicos, parlamentarios nacionales, secretarios de Estado y ministros polifemos. Se trata más bien de una llamada a la fecundidad cerebral de una época en que la actitud más frecuente de los que gobiernan es esconder la cabeza como el avestruz, o ahuecar el ala como los charranes.

Explica Doménech en su delicioso e inquietante libro "El trauma de los langostinos tuertos" que de tanto tomar alimentos tratados con antibióticos y conservantes, los cadáveres tardan ahora más en descomponerse. O sea, que lo que nos va matando lentamente en vida nos va dejando en muerte más lozanos.

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