Nadie esperaba que llegara esta pandemia. Mi generación únicamente había visto las imágenes de ciudades completamente vacías en las películas. Todos estamos en medio de una tragedia sin precedentes y nos preguntamos cómo será el mañana. Anticiparnos al día de mañana es un instinto natural en el ser humano. Queremos estar prevenidos para evitar cualquier hecho imprevisible. No obstante, ni el conocimiento acumulado durante siglos nos sirvió para predecir que esta situación iba a ocurrir, hasta tal punto de no poder besarnos y abrazarnos.

Pero, ¿qué podemos hacer ahora? Las personas siempre hemos necesitado los cimientos de la ciencia y la tecnología para sentir que no caminamos sobre arenas movedizas y, sin embargo, en estos momentos todo se ha derrumbado. No tenemos certezas. Ahora más que nunca son precisas las palabras del asesor de comunicación y consultor político Antoni Gutiérrez-Rubí: «El día después es hoy. Lo que viene no es un continuará, es un inicio».

No sabemos cómo será el día después, pero sí que podemos decidir cómo queremos llegar a él desde los ayuntamientos, como representantes de la administración más próxima a la ciudadanía. Para ello, la buena toma de decisiones es clave. Sin perder de vista que lo inmediato es responder a la necesidad sanitaria, tenemos que adelantarnos al fin de esta incertidumbre para que los municipios recobren la normalidad cuanto antes y pueda seguir latiendo el corazón de nuestros pueblos. Primero, garantizando la supervivencia y, después, facilitando la posterior reconstrucción.

En primer lugar, hay que asistir a las personas más vulnerables y, en la post-emergencia, impulsar políticas de consumo y de economía circular. Debemos dar seguridad y esperanza a nuestros sectores productivos garantizando que, en el momento que se pueda, volveremos a comprar en todas las tiendas del barrio o a salir a cenar con los amigos. Tenemos que ser capaces de retornar a esa economía circular de la que dependen tantas familias y trabajadores, volviendo a construir las ciudades que antes de la crisis del coronavirus habíamos conocido.

Por tanto, toca planificar para que el número de persianas bajadas de las empresas que hayan echado el cierre sea el mínimo posible cuando esto pase. Al mismo tiempo, los proveedores deben cobrar en tiempo y forma, y tenemos que inyectar dinero en el músculo de los municipios, que son los autónomos y nuestras pequeñas y medianas empresas.

Así, son más necesarios que nunca los grandes pactos de ciudad, para hacer frente al presente y, sobre todo, al futuro incierto que nos espera. Es primordial forjar alianzas porque solamente podremos salir de la crisis y recuperarnos si remamos todos en la misma dirección y permanecemos unidos, porque un pueblo unido nunca baja los brazos. Es momento de sumar y de huir de las trincheras políticas, porque el consenso y el diálogo son saludables. No está en juego qué gobierno tenemos, sino si nuestros municipios podrán tener futuro.

En este sentido, en Gandia hemos podido llegar a un gran acuerdo con el consenso de todas las fuerzas políticas y los representantes sociales y empresariales. En este pacto de ciudad, de entrada, vamos a inyectar más de 4 millones de euros procedentes del remanente de tesorería del Ayuntamiento, para impulsar acciones que reactiven la economía de la ciudad. No tenemos otra opción que redirigir los recursos municipales a las nuevas prioridades de la sociedad que, sin duda, serán paliar los efectos que esta crisis habrá causado.

Esta situación también nos deja una gran lección, como la que «es el momento de la solidaridad universal», parafraseando a la filósofa valenciana Adela Cortina. Por ello, los municipios están demostrando que son solidarios. Además, en esta crisis que es global y colectiva, todos tenemos un papel individual fundamental, haciendo lo que se nos pide y espera de nosotros.

Los valencianos podemos sentirnos orgullosos, ya que estamos respondiendo con un comportamiento ejemplar. El cumplimiento del estado de alarma lo estamos haciendo por convencimiento y convicción. Según demuestra un estudio de movilidad, con el cumplimiento del confinamiento se han podido salvar 8.000 vidas en la Comunitat Valenciana. Y, esta ganancia en vidas es un éxito colectivo. Porque la vida no tiene precio. Sin duda, con este sentimiento de colectividad saldremos más reforzados de esta crisis.

Muchos teóricos apuntan que comenzaremos a vivir bajo una sociedad que se regirá por patrones de comportamientos diferentes. ¿El día después daremos verdaderamente más besos y abrazos o, por el contrario, seremos más esquivos? Todavía persisten las incertidumbres. No hay nada seguro sobre el día de mañana. Pero nos seguirá quedando pensar en el otro. De momento, hemos permanecido aislados para salvar a los otros y salvarnos a nosotros, simultáneamente. Después, tendremos que seguir pensando en el otro para reconstruir, entre todos, nuestra sociedad desde la responsabilidad personal.