Tras escribir "Sánchez en la encrucijada", mi anterior columna, recibí un correo de Brayan, un periodista afincado en Florida. Me preguntaba acerca de España y su deriva. Le dije que estaba decepcionado. Decepcionado porque un país dividido, entre aplausos y cazuelas, se convierte en un proyecto fracasado. Más allá de las víctimas, de los miles de fallecidos, la Covid-19 ha puesto al descubierto la miseria moral que se esconde bajo la alfombra de la política. Una miseria en forma de críticas destructivas y carentes, en muchas ocasiones, de propuestas alternativas. Detrás de esta contienda subyace un territorio polvoriento de bulos y postverdades. Postverdades que contaminan la sociedad del conocimiento y cuestionan la voz de los expertos. Estamos, le dije a Brayan, ante una sociedad en blanco y negro que necesita grises para evitar su derrota.

Los palos de ciego, tanto del Gobierno como de los expertos, en la gestión de la Covid-19 han derivado en una grave crisis del argumento de autoridad. Tanto es así que la opinión pública ha eclipsado, en muchas ocasiones, el conocimiento científico. Un eclipse que ningunea el talento y tira por la borda el mérito y el esfuerzo. El coronavirus ha derribado parte de la idealización social de la ciencia. La ausencia de una solución inmediata a un grave problema ha dejado al descubierto los frenos del avance científico. Un avance basado en el ensayo y el error. Y un avance que, en ocasiones, supone dos pasos adelante y tres hacia atrás. Esta dialéctica científica, entre urgencia y descubrimiento, salpica y pone en jaque a los gobernantes. Gobernantes que luchan, por un lado contra las improvisaciones de la ciencia, y por otro contra el precio político que supone las posibles equivocaciones. Fruto de esta contienda surgen voces que aplauden los aciertos y caceroladas que castigan los errores.

Más allá de la ciencia y la política se halla la filosofía. Una filosofía que, desde su atalaya, mira el trasfondo ético de las jugadas. Así las cosas, la desescalada ha traído consigo incumplimientos de las normas legales y morales. Unos incumplimientos que han sido sancionados con multas y remordimientos. Frente a la disciplina del confinamiento, y la cohesión política de sus primeros momentos, tenemos los casos de desobediencia civil durante la desescalada. Desobediencia que correlaciona, valga el verbo, con la división política del presente. Estamos, le dije a Brayan, ante un escenario difícil. Difícil porque las cazuelas y los aplausos han descubierto el secreto de las urnas. Y difícil porque existe mucho dolor y resentimiento social. Dolor por la pérdida de miles de seres queridos. Resentimiento porque, desde muchas azoteas, se ha puesto en entredicho la voz de los expertos. Un país dividido, dolorido y resentido necesita intermediarios. Intermediarios para reconstruir los puentes rotos. Puentes desolados, por la complejidad de una situación, que han traído consigo angustia y frustración.