El teletrabajo, como cualquier otra tecnología, no es neutro desde el punto de vista de sus efectos sobre las personas en la sociedad. Existe una tendencia a asociar lo nuevo y lo tecnológico con progreso y modernidad sin detenerse a pensar si otro mundo hubiese sido posible, si alguna capacidad o virtud podría haberse conservado o si alguno de sus defectos, evitado. La pregunta que debiéramos hacer es: ¿cuáles son los impactos diferenciales que traen los cambios respecto a los distintos grupos, categorías y estratos sociales? Y más concretamente, en este caso, ¿por qué el teletrabajo crea la ilusión de ser una herramienta que podría mejorar la conciliación laboral y personal/familiar mientras, por el contrario, está agudizando las desigualdades previas en los roles de género?

Antes de la pandemia, en el ámbito doméstico, las mujeres ya dedicaban en promedio el doble de tiempo a las tareas en el hogar que los hombres, como lo registran los últimos datos disponibles de la Encuesta de Empleo del Tiempo 2009-2010 del INE (4h 7' y 1h 54', respectivamente). En el ámbito laboral, la brecha salarial de género en 2017 en España y la de la Comunidad Valenciana es similar, del 13,5%. Se eleva al 24% en las contrataciones indefinidas (Encuesta de estructura salarial, INE). Hay muchos más datos al respecto, pero todo indica que las brechas en cuidados y salariales entre mujeres y hombres son previas e importantes. Y, lo que es más, están sustentadas sobre todo un andamiaje ideológico y comunicativo que induce a la reproducción de las desigualdades en las interacciones cotidianas.

El Covid-19 introduce nuevos condicionantes creando una situación cuasi-experimental: antes-después, universal, ya que involucra a toda la población. ¿Cuáles son los elementos que se incorporan?

De forma intempestiva: el teletrabajo, y cada organización da instrucciones para introducir los nuevos procedimientos, aumentando la carga de trabajo por la necesidad de adaptar las propias capacidades a las herramientas virtuales. Y se incrementa el estrés para responder en tiempo y forma a la tarea.

Si hay menores en casa, se suma el telestudio y un mayor tiempo de convivencia en el hogar. Se han de acompañar y orientar las tareas escolares y comprar y preparar comida para toda la familia. Además, entretener, porque las criaturas sienten mucha presión por el encierro y la falta de contacto con amistades. El tiempo y atención que requieren los cuidados y que se trasladan al hogar, recaen mayoritariamente sobre las mujeres, que ceden su ya escaso tiempo propio que ahora desaparece.

Se interrumpen las redes de apoyo, remuneradas (empleadas de hogar, canguros) y no remuneradas (abuelas, amistades), con una absorción de trabajo por parte de las mujeres. Las personas mayores, si antes eran un soporte en el cuidado de sus nietos/as pasan a ser una fuente de preocupación por el riesgo en el que les coloca la pandemia y, en algunas ocasiones, demandan también cuidados específicos adicionales (llevarles la compra, por ejemplo).

Por su parte, las empleadas de hogar, un sector que por sus características no se ha podido acoger al teletrabajo y que abarca a unas seiscientas mil mujeres en España, ha sufrido particularmente la crisis porque, para muchas, significó quedarse sin empleo en un mercado informal, lo que implica caer una situación de privación material y desprotección social. Y para las que se encuentran en régimen de internas, la mayoría inmigradas y muchas «sin papeles», durante el Covid, han tenido que cuidar y confinarse con las personas mayores los 7 días de la semana. Semana tras semana.

El confinamiento crea demandas de cuidados familiares o contratados durante 24 horas, sin tiempos de respiro, lo cual genera estrés y agobio. Pero esto se agrava cuando hay malas relaciones en particular en los casos de violencia de género.

Las nuevas tecnologías de organización, como el teletrabajo, no operan en el aire y, por lo tanto, hay que analizar las condiciones previas y los elementos que introduce, tanto directos como indirectos. Por tanto, el teletrabajo durante la pandemia ha venido acompañado de una destrucción (quizás momentánea, pero en realidad, no se conoce su recurrencia) de los sistemas de apoyo: escolar, redes familiares, agudizando las desigualdades de género previas en el hogar, con repercusiones de género también en el trabajo remunerado. Los tiempos de los cuidados y el empleo se amplían, muchas veces sin contar con límites entre ambos y fusionándose el uno con el otro, ocupando finalmente la totalidad del tiempo disponible de las mujeres. Más aun en los casos en los que aparece la enfermedad en el núcleo familiar.

Mi tesis es que en los hogares donde previamente existía mayor involucración masculina, la pandemia se ha llevado mejor y en los hogares más tradicionales, sea de forma silenciada o conflictiva, empeoraron las brechas de género. La emergencia social cayó sobre los hombros de las mujeres, lo que muestra, una vez más, que fenómenos en principio naturales o biológicos, tienen consecuencias políticas y de género. El teletrabajo no es una fórmula mágica y por sí solo no mejora la corresponsabilidad ya que la presencia de los hombres en el hogar, por sí misma, no los dispone al cuidado. En este sentido, la pandemia ha funcionado como un cuasi-experimento universal porque colocó a toda la población en una nueva situación, que hemos de estudiar muy a fondo.

Por ahora, y hasta que no haya datos sistemáticos, hay indicadores que atestiguan el impacto diferencial que incrementa la desigualdad. Las mujeres tienen que hacerse cargo en un tiempo simultáneo del trabajo, el cuidado de lxs niñxs que antes estaban en el colegio, sin apoyo de otras mujeres y en cohabitación 24 horas al día. En mi ámbito, el de la universidad, los indicadores previos a la pandemia mostraban una productividad similar, medida por la cantidad de artículos científicos de mujeres y hombres. La confluencia del confinamiento y el teletrabajo está afectando esta productividad, como lo han señalado algunas revistas científicas que están recibiendo un mayor número de artículos de hombres, lo que implica que, a la larga, la ampliación de la brecha de cuidados en el ámbito doméstico repercutirá sobre los salarios. Y también, como indicador del aumento del conflicto intrafamiliar, las abogacías de familia están detectando un mayor número de demandas de divorcios.

El teletrabajo puede empeorar las desigualdades de género previas y, si no se acuerdan unas condiciones de trabajo (formación, ergonomía, intensidad del trabajo, entre otras), puede también, precarizarlo. Estamos viendo la catástrofe que se puede generar cuando se priorizan los costos por encima de las necesidades humanas, como ha sucedido con las residencias de mayores y nuestro sistema sanitario. No cabe duda que el teletrabajo ha sido una salida a una situación excepcional y la ciudadanía ha estado a la altura del desafío, pero para implementar una combinación de teletrabajo y trabajo presencial no podemos caer en una valoración estrecha de costos y beneficios económicos.

Cabe ahora realizar un análisis a fondo de las ventajas y costos sociales, además de volver a la máxima de que «no existe un único y mejor modo de organización» sino que hemos de tener variadas opciones y no presentar al teletrabajo como la panacea dentro de un pensamiento único. No perdamos de vista las necesidades humanas diferenciadas en torno a la creatividad, la innovación, la reflexión crítica y la producción colectiva, y esperemos que quienes tengan potestades de decisión tengan la habilidad de incorporar una mirada de género que garantice la igualdad y los cuidados como valores centrales que preservan la vida.