Los contagios se multiplican por cuatro en la franja de edad de 10 a 19 años, según leo en la portada de Levante-EMV. Como cada día, digiero la realidad entre titulares y una galletita cortesía de la cafetería en la que desayuno acompañado de la «nueva normalidad». La estadística retrata a nuestra juventud, pasota, arrogante. Una generación pandémica centrada en su ombligo: egoísta, endiosada, insolidaria. Dijeron que los chavales sufrían en el confinamiento. Permítanme dudarlo. Difícil si disponen de su kit básico de supervivencia: móvil, internet, Netflix. El martirio fue para sus progenitores, artífices de esos tiranos delirantes bajo los efectos del síndrome del emperador.

Un mundo moral e intelectual paupérrimo, el de la adolescencia. Míralos ahí sin mascarilla, en manada, de botellón, juntándose y vociferando como si no hubiera mañana. Sé que hay alguna excepción. Uno se dedica a la docencia, qué remedio; entiendo de semejante flora y fauna, más que sus propias familias, quienes justifican montañas de indigencia bajo el pretexto hormonal. Padres o madres que alimentan su monstruo, como cuando hacen los deberes a su retoño. Esta usurpación de identidad se puso en boga durante el confinamiento y me parece una falta de respeto a mi persona. El nombre de pila será Paco, pero yo, cuando paso lista, me acuerdo de Frankenstein. Engendros tirados en el mundo como quien suelta un eructo. Téngase en cuenta el valor de eructar (¿o era educar?). Puesto que nadie les puso límites desconocen la empatía. Eructan, no usan mascarilla y lideran el pasotismo. Hete ahí su complejidad conductual.

Un alumno me envía ocho correos con sus ocho respectivos adjuntos. O sea, un eructo me envía ocho eructos en archivo o supositorio. Podría enviar uno solo, pero estas cosas no caben en su laberinto mental. Luego un gurú dirá que esos jóvenes son «nativos digitales». ¡Tu tía! Abres el correo y ni un hola, cómo estás, te envío el trabajo, que te vaya bonito. Mensajes sin cuerpo de texto ni asunto, en ocasiones ni autoría pues figura como remitente un tal «fachita_cañí» o «Mr_sexy16». Cuando alguien te aborda de esa manera tan abrupta, tan insolente, tan indecorosa, el mensaje viene a ser que tu persona importa un comino: «ahí tienes, soplagaitas», «calla y corrige», «a mí plim». Me ocurre a menudo y sé que muchas compañeras reconocerán en su cotidianidad esta tragedia épica. La familia de estos malcriados tiran balones fuera, de ahí su inquina contra el profesorado, a fin de cuentas, quienes recuerdan su mala calaña genealógica. Egocéntricos.