La playa como mecanismo de camuflaje. Un paisaje desolador, a saber: turistas bañándose en el mar ajenos a la lucha de clases. Las vacaciones de verano anestesian a la población, arma de distracción masiva del Capital; almibarar la precariedad, en resumen. Por consiguiente se aminora la furia de la clase obrera. Uno sobrelleva mejor su podredumbre biográfica remojado entre oleaje. La miseria salarial te recuerda la levedad del ser: eres un simple eslabón de la maquinaria capitalista. El discurso de la dignidad, autorrealización y felicidad vende erróneamente una engañosa valía, pero sólo son palabras que conforman el vocabulario neoliberal. Tú no vales nada aunque la literatura para idiotas diga lo contrario. Eso no quita el derecho a unas semanas de asueto, migajas porcinas.

La gente se siente clase media. ¡Es tan cómodo! Ficción útil: ni burguesía, ni proletariado: ¡clase media! ¿Cómo definirla? En la realidad formal o conceptual «ni ricos, ni pobres». En la desigualdad real, «fruslería existencial». La pérdida de conciencia de clase, la no pertenencia a una colectividad, el desinterés por un proyecto de mundo habitable, facilitan el camino a este colapso planetario capitalista sin enemigo a la vista. La clase obrera se esfuma a base de limosnas como las vacaciones. No hay capacidad de reacción ni organización. Si escasea el tiempo para pensar, como para vivir, nadie planificará una revolución contra el poder que nos oprime. Por eso la Filosofía incomoda: anima a rumiar y leer la realidad como las vacas (F. Nietzsche); no sirve a la propaganda del Estado (G. Deleuze); transforma el mundo (K. Marx). La filosofía es un saber impertinente. Poco estimada por el vulgo, la feligresía de la toalla.

La Filosofía despierta conciencias dormidas. Si se desvanece el espejismo de la clase media, los dueños del mundo sentirán pánico. Saber que sabemos importuna. Quizás pase cuando no llegues a fin de mes, o cuando termines las ridículas vacaciones, o si te explotan a diario, o si firmas un contrato basura, suponiendo que los hubiera de otra naturaleza. Ese «gran despertar» parece utópico. El Capital engendra un sistema esclavista sutil. Sin látigo ni violencia física. Su mecanismo de adiestramiento social reposa en una falsa creencia: el autoengaño. La ilusión de «ser alguien» cuando habitas la nada más oscura. Esto ocurre mientras disfrutas de unas «merecidas» vacaciones. Merecemos, en todo caso, una vida mejor, sin esclavismo, sin miseria, sin élites. Se ríe uno entonces del apartamento turístico porque brota la voluntad de vivir. Mientras, sigan igual. La clase media como delirio y síntoma de una sociedad enferma.