España y la Comunitat Valenciana tienen en el desempleo su mayor problema de inclusión social, desde hace décadas. La razón es que, en las sociedades modernas, el bienestar material y los niveles de consumo de las familias dependen de la capacidad de compra que consiguen con sus ingresos y, para la mayoría, estos no dependen de sus propiedades sino de sus trabajos. No tener empleo y, sobre todo, vivir en una familia en la que todos los miembros de la misma laboralmente activos -es decir, en edad y con voluntad de trabajar- están parados es una amenaza directa para las posibilidades de participación efectiva en las oportunidades que la sociedad ofrece a sus miembros.

Las elevadas tasas medias de paro españolas se acentúan en grupos sociales como las mujeres, los jóvenes, los inmigrantes o los adultos con escaso nivel de formación. Sus miembros se enfrentan a mayores dificultades de inserción laboral y padecen el triple riesgo de perder con mayor probabilidad sus empleos, permanecer desempleados durante largos periodos de tiempo y solo lograr trabajos discontinuos, inestables y precarios. Tras esas dificultades se encuentran tres circunstancias que indican el camino a seguir para poner remedio a los problemas. La primera, el bajo nivel de estudios de algunas personas, pues cada vez la competencia es mayor en los puestos de trabajo que no requieren formación a los que pueden optar. La segunda, su falta de capacidades y habilidades que los empleadores aprecian para confiar en un buen desempeño de cualquier puesto de trabajo. Y la tercera, las carencias de sus redes sociales de apoyo, pues facilitan la inserción en un país en el que los contactos de amigos y familiares, y la información persona a persona, siguen contando mucho para adjudicar empleos que escasean.

Estas tres causas de los problemas no son las únicas, pero apuntan líneas en las que trabajar para corregirlos: formar, entrenar y acompañar. Sin formación todo es más difícil, y se necesita que el esfuerzo en este terreno se concentre en que quienes más carecen de ella superen obstáculos básicos: certificados obligatorios, dominio de la lengua para los que vienen de otros lugares, conocimientos de cálculo elemental para manejar la información cuantitativa, tan presente actualmente en las actividades. Además, sin la capacidad práctica de informarse, comunicarse y usar instrumentos digitales simples es muy difícil optar a muchos trabajos. Por tanto, contar con una experiencia para sentirse capaz de usar esas competencias es imprescindible. Y para conseguirlas, quien no las tiene necesita que alguien le acompañe en el proceso de aprendizaje necesario para adquirirlas.

La actual crisis ha interrumpido una trayectoria positiva de creación de empleo y ha vuelto a intensificar los problemas de empleo en actividades muy relevantes para los colectivos que se enfrentan a mayores dificultades. Las necesidades todavía ahora son mayores en este terreno y es preciso redoblar los esfuerzos. La sociedad valenciana se ha repetido muchas veces en estos meses que es preciso luchar juntos para que nadie quede atrás. Para que eso sea una realidad es imprescindible que el sector publico y las iniciativas privadas para formar, entrenar y acompañar a los colectivos con mayores dificultades de empleo se refuercen decididamente.