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El agorero que habita en mí

El agorero que habita en mí

El supersticioso encubierto que llevo dentro se puso en guardia cuando vio un extenso reportaje en un informativo nacional sobre la baja incidencia del virus en la Comunitat Valenciana. Se hablaba de la cifra importante de rastreadores, de la experiencia de los equipos en salud pública, actuando con rapidez en los entornos cuando se detectaban pequeños brotes familiares o laborales…

Muchas buenas razones, pero ninguna definitiva para justificar una posición de envidia en el mapa español del coronavirus, que ha hecho que incluso Bélgica levante las restricciones y ofrezca un trato diferenciado al del resto de España. Si hubiera una explicación clara, no creo que ningún otro territorio no se hubiera puesto ya manos a la obra.

Acabada la pieza televisiva, el supersticioso oculto pensó que mejor pasar desapercibidos que ser objeto de tanta atención. Un extraño poso calvinista hace pensar que las virtudes lo son más practicadas en la intimidad. No creo que haya sido por tanto panegírico, pero dicho y hecho, el agorero callado que habita en mí ha visto en las últimas horas cómo se destapaba en estas tierras un macrobrote universitario que va camino de ser uno de los más importantes en España desde que llegó la pandemia y que puede hacer añicos las buenas estadísticas.

Para no sentirme culpable por tantos pensamientos poco científicos, consulto a un médico con cargo importante en un área covid de un hospital. ¿Cuánto de la baja incidencia actual crees que se debe a la gestión realizada o es fruto de un cúmulo de circunstancias? La respuesta no tarda: «En mi opinión, los resultados están poco relacionados con decisiones políticas y sí más con otros factores, algunos de los cuales escapan actualmente a la ciencia médica». Habrá que cruzar los dedos. El supersticioso que no quiere serlo parece que empieza a actuar por libre. «Da la sensación de que estamos en manos del azar», dice el doctor.

El azar. Es una manera bella de decir lo inexplicable. Uno no termina de hacerse persona hasta que entiende que una parte en la vida no se sustenta sobre pilares racionales. Por eso la magia, la religión y el terraplanismo continúan teniendo su público. Más o menos fiel, según los tiempos. Este es de los que más, dada la persecución implacable de las incertidumbres.

Al final, la conclusión es que una gestión racional, dotada de recursos y basada sobre criterios científicos ayuda a unos buenos resultados estadísticos pero no los garantiza, porque la clave que sostiene la bóveda es la responsabilidad personal de cada ciudadano. Y que una gestión improvisada, con deficientes recursos y pensada sobre criterios partidistas acerca a resultados negativos y a tensiones como las de Madrid, pero tampoco es seguro. Al final, parece que he conseguido meter en vereda al agorero. Por ahora.

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