Algunas familias han protestado en los institutos de Educación Secundaria porque no les convence la educación semipresencial impuesta por imperativo pandémico. En esta guerra distinguiremos entre los ‘neuróticos de manual’ (Bachillerato) y la ‘familia sin derecho a roce’ (Infantil, Primaria, ESO).

El caso de los neuróticos se asocia al espíritu competitivo capitalista. Su lema: «la letra, con sangre entra». Goya pintó magistralmente el ideario de este pensamiento delirante: se aprende sufriendo. Muchas familias incapacitan mental y moralmente a sus hijas e hijos convirtiéndolos en menores de edad. Entienden la EBAU como una prueba (o lucha) decisiva, un campo de batalla en el que derramarán la sangre necesaria para un buen futuro. Si se trata de cursar estudios de Medicina o Ingeniería, mucho mejor. Sospecho que parte de estas familias serían más dichosas si la clase obrera no interfiriera en el mundo universitario. Pero ya saben, logros de la lucha de clases, ahora la hija del campesino accede a la universidad y ‘roba’ la plaza al señorito por mérito propio. Así que predomina una obsesión por el presencialismo en el nivel de Bachillerato, también sustentado por buena parte del profesorado, quienes consideran que su reputación y pedigrí depende de las notas de su alumnado.

Preferiría unos cursos preuniversitarios que despertaran otras facetas de la juventud, como puedan ser el pensamiento crítico, el escepticismo, los juegos de suma cero y el afán por explorar el mundo. En definitiva, me sería más gratificante un Bachillerato con chicos y chicas, no de zombis apáticos. Uno entiende su decrepitud humana cuando se da cuenta de la presión, el egoísmo y la competitividad, no sólo de este mundo enfermo, sino de sus propias familias. Como si la sabiduría fuera cosa de una inyección intravenosa, padres y madres instigan a apiñar en clase a sus retoños. ¿No hay vida intelectual más allá de las aulas? El paternalismo social y familiar ha pervertido la mayoría de edad moral e intelectual de nuestra juventud.

La ‘familia sin derecho a roce’ es aquella que ama a sus hijas e hijos en la misma proporción en que se ausentan de casa. Celebran las fiestas de Navidad y tal, pero el resto del año prefieren entretenerlos con absurdos menesteres. Hay alumnos que pasan 10 ó 12 horas fuera de su hogar, buena parte de éstas en el aparcamiento (perdón: IES). La sola idea de tenerlos dos mañanas en su domicilio les produce taquicardia y espasmos. La familia de portal de Belén, sí. Pero en el pesebre, roces, los justos. Las razones sanitarias devienen agua de borrajas entre estas familias, a fin de cuentas, la mayor razón sanitaria para su salud es una orden de alejamiento de sus propios retoños. Proclaman el derecho a decidir la educación de sus hijos. En verdad dicen otra cosa: se otorgan el derecho a darnos la lata a los profesionales, metiéndose en nuestro trabajo, importunando, organizando los centros educativos a través de grupos de wasap y escupiendo bilis en redes sociales.

Familias y educación. O mejor: familias y (des)educación. Esto ocurre cuando los centros educativos ceden al infame chantaje de quienes se conceden demasiada autoridad moral e intelectual en asuntos de los que carecen la más remota sapiencia.