La mujer es la clase social y económica más explotada en el mundo. Una tesis que debemos a la pensadora y maestra Lidia Falcón, ampliada en su obra La razón feminista. Ningún otro ser humano ha sufrido tanta opresión y violencias como ella y contra ella. Ayer y hoy. Violencias como el sexismo, el machismo, la misoginia, el maltrato, la prostitución, las violaciones y las más de mil mujeres asesinadas por sus parejas en los últimos veinte años. Las mujeres no son datos. Son una clase. Por eso hoy tenemos que recordar y reivindicar tantas historias de violencia contra mujeres, “las idénticas”, en palabras de Celia Amorós, porque la tradición, las costumbres, los prejuicios y la ignorancia convirtieron su vida y su identidad “en nada”.

Siento la necesidad de interpelar a los varones. ¿Qué estamos dispuestos a hacer ante tanta violencia contra las mujeres? El silencio y la inacción devienen cobardía, indigencia moral y complicidad. Sólo cabe una alternativa: la lucha por un mundo en igualdad entre hombres y mujeres; sin matices, sin dudas, sin remilgos. El futuro será feminista o no será. El feminismo es emancipador y nos libera de los privilegios que históricamente construimos como clase dominante y opresora. Un hombre sin feminismo no es un hombre, sino un tirano que abusa de la mitad de la humanidad, las mujeres. Y si el futuro es feminista o no será, nadie olvide que la ideología liberadora, democrática y empoderante forma parte de la propia naturaleza de la lucha de los partidos progresistas y de izquierdas.

¿Por qué no hay hombres en las rotondas y en los polígonos? ¿Por qué no hay más de mil varones asesinados por sus mujeres? ¿Por qué la brecha salarial o la feminización de la pobreza? Y no olvidamos, desde luego, esos países en los que la mujer es cosa de hombres: mutilación genital femenina, matrimonios infantiles forzados, lapidaciones, vientres de alquiler o incluso la posibilidad de comprar mujeres para satisfacer los deseos sexuales de los solteros del pueblo. Esta es una radiografía apresurada, no tan profunda como debiera, para diagnosticar la pandemia más cruel de la historia de la deshumanidad: la violencia de género.

El panorama desolador contra las mujeres no conseguirá que decaiga nuestro ánimo, ni las políticas públicas progresistas igualitarias, ni las campañas de concienciación, ni el activismo, ni la pedagogía feminista en el aula, ni la ilusión cada mañana por construir un mundo mejor. Siempre habrá quien cuestione nuestra lucha y compromiso. Pero ya sabemos quiénes son los enemigos de la igualdad y los cómplices de tanta violencia contra las mujeres: los de siempre, los aliados del capitalismo y el patriarcado, quienes pregonan discursos conservadores, partidistas, interesados, misóginos y profundamente reaccionarios. Digamos no a esos discursos de violencia contra las mujeres. Y digamos sí al feminismo, a la lucha por la igualdad y a un mundo en donde los hombres abandonemos las armas coercitivas, el dominio y la explotación.