En el sistema educativo rige un código silencioso que atraviesa el currículo oficial, el oculto, los espacios y de manera destacada el aula. A modo de precepto recordaría que «la educación es cosa de chicos y ellas, las alumnas, asisten al centro educativo para hacerles la vida fácil y agradable». Esta realidad empírica cotidiana en colegios e institutos, fácilmente constatable si analizamos las estadísticas de amonestaciones, revela que la masculinidad patriarcal deviene una losa para la enseñanza. Podríamos aducir que tradicionalmente la escuela, como el conocimiento, eran propiedad privada de los hombres. La llegada de la escuela mixta introdujo a las chicas en los espacios educativos, salvo en un lugar de absoluta relevancia: el cerebro de ellos. Nada se trabajó en su momento en torno a esta necesaria realidad educativa, como si entendieran espontáneamente que su ilegítimo espacio privado sería mixto. El club selecto de los chicos que siempre ha sido un instituto ya tiene chicas y esto, desde la masculinidad hegemónica, ofrece ciertas ventajas. ¿Y si las convertimos en nuestras súbditas? El universo masculino disemina, planifica y regula su realidad machista: en el colegio hacen falta madres, hermanas, secretarias, mujeres prostituidas, brujas, modelos, trozos de carne, cuerpos… Tal es la mirada de los chicos a nuestras alumnas.

Para erradicar la violencia cotidiana en las aulas -de chicos a chicas, profesoras, trabajadoras de la limpieza- se necesita una escuela coeducativa radical. Sus pilares ya han sido amplia y rigurosamente estudiados por maestras como Marina Subirats, Amparo Tomé, Elena Simón, Amparo Zacarés o Charo Altable (nombro unas pocas veteranas). La Associació per la Coeducació de València (associacioperlacoeducacio.org) que dirige Paqui Méndez es otra de las pioneras. Diría que se sabe ya todo. Falta transformar la educación en coeducación y creernos de una vez por todas que «lo educativo es político». No hay igualdad en la escuela y de esto ya se encargan nuestros alumnos con la colaboración desinteresada (?) de profesores patriarcales. Por eso escasean los docentes varones en cursos de formación reglada centrados en cositas de mujeres: feminismo, prevención del suicidio, inteligencia emocional, inmigración, educación afectivo-sexual, tutorías entre iguales, tertulias dialógicas… Se trata de ornamentos en el sistema educativo. Las cosas serias las traen la física y química. Ya me entienden.

No seré cómplice de tanta ignominia. El sistema educativo necesita un puñado de revoluciones, entre ellas la de los varones. Se buscan docentes dispuestos a revisar la construcción de su identidad masculina, la forja de ‘hombres’, y promover una coeducación henchida de emoción, empatía y feminismo. Tarea nada fácil. Pero si buscamos una educación en la que los chicos dejen de ser el mutilado emocional que son, conviene arremangarse y revisar tantos privilegios masculinos en el mundo educativo. Semejante asunto interpela a nosotros, los varones. A nuestros alumnos. A mis compañeros. Que los chicos dejen de ser algún día el problema.