Cuando citamos el progreso de Europa o de EE.UU. no se nombran grupos que siempre se quedan afuera; por lo general, gente de raza negra, clase trabajadora pobre y migrantes. Se supone que todos tenemos un lugar fundamental en la transformación, la redefinición y la reimaginación del fenómeno mundial de la migración. Pero cuando se habla de migración, rara vez ese discurso se concentra en las historias de la gente real que aspira a tener éxito; es, en cambio, la criminalidad y el castigo lo que domina la conversación. Intuimos y sabemos que es así. Creo que cuando se comparten las duras imágenes y así se cuentan sus historias, se muestra la lucha humana, llevando esto a la capacidad de atraer a un mayor público. Es en la expresión del arte, por ejemplo, que encontramos que las ideas lleguen a los países de una forma que no tiene la similitud en ningún otro medio. Necesitamos historias complejas y de mucha dimensión sobre quiénes somos y lo que somos; necesitamos realizarnos en plena humanidad. Así es como podemos combatir el racismo y lograr justicia social. Sin embargo, lo más importante es que es así como reafirmamos nuestra existencia.

Por otro lado, la manera en que nos tratamos no solo se basa en nuestra interacción, sino en cómo las estructuras sociales y políticas influyen en nuestra opinión sobre los otros y, posteriormente, en el trato bueno o malo que le damos. Es por lo que, me interesa cómo la retórica del odio y determinadas políticas influyen en la impresión que tenemos de los migrantes.

Los que viajan en pateras, así es como muchos inmigrantes son considerados y, puedo entender que dar la bienvenida a desconocidos puede ser peligroso. Muestras se dan a lo largo de la historia. Son muchos los países que enviaron a Estados Unidos, por ejemplo, a sus mejores y peores ciudadanos. Las pandillas irlandesas y la mafia italiana, entre otros muchos grupos criminales, florecieron en Estados Unidos poco después de su llegada. Siempre se ha vivido con los peligros de aceptar a los extranjeros y siempre se ha lidiado con ellos, sabiendo que esos son los riesgos que un país debe asumir si pretende ser un modelo para todo el mundo. Aquí parecemos asustados de tomar riesgos con los extranjeros, de apostar a la posibilidad de que la próxima patera llena de extraños también puede estar llena de grandeza.

La empatía es necesaria cuando se lidia con cuestiones relacionadas con la inevitable inmigración y las desafortunadas circunstancias que pueden obligar a una familia a abandonar su tierra natal. Las controversias migratorias suelen evitar que, como nación, analicemos verdades sociales y culturales incómodas. En vez de usar a los inmigrantes como chivos expiatorios en temas relacionados con la delincuencia o el desempleo, debiéramos exigir reformas sociales.

Me temo que, no es el espejismo el que se muestra ante nosotros sino una clara muestra de la realidad que se nos presenta y que nos envuelve para compartir otras vivencias.

Como mi recuerdo en el viaje, con un cálido y parpadeante rayo de sol que acariciaba mi ojo y lo entrecerraba. La aparición del agua en la carretera, conjuraba recuerdos de mi infancia de un viaje en coche desde aquel Alicante hacia Madrid, y de la época en que preguntaba a mi padre sobre los espejismos. Un espejismo, me dijo, es una ilusión distante de agua que se crea cuando el aire caliente se encuentra con el aire frío. No es real. Solo existe en tu mente. ‘¿Todos vemos esos espejismos?’, le pregunté. ‘Sí, todos los vemos’.

Esta percepción compartida del agua, hizo darme cuenta que, ya sea que estemos aquí o en otro lugar, todos somos parte de una especie colectiva que comparte una plataforma mundial donde los márgenes se negocian y cuestionan en todo momento. Hoy me encuentro físicamente del otro lado de la línea, en la lucha para mantener mis recuerdos a flote.

Me han dejado claro que soy el ‘Otro’, pero me niego a que me borren. Esta es mi postura como inmigrante y/o refugiado, y a pesar de ello comparto la misma visión que todos los demás, que hay agua en el camino.