Cuando crees que nada podía salir peor, la monotonía era la mejor opción. Porque entonces llega una pandemia y se dedica a desmontar nuestro emocionante y ficticio futuro. Digo emocionante porque nadie se programa un futuro devastador, y ficticio porque el presente es nuestra única realidad (o no), parcialmente manejable, por suerte, nunca totalmente programable.

Además de dejarnos sin futuro (siendo un mal menor porque nada era real), nos quita la libertad (si alguien se ha creído que alguna vez la tuvo) y nos da tiempo. Creo que no hay nada más frustrante para un ser humano que tener tiempo sin libertad o, básicamente, tener tiempo. Valga la hipocresía, preferiríamos tener libertad sin tiempo porque el tiempo agobia, y agobia porque no saber qué hacer frustra. Y frustra porque te sientes inútil. Cásate y ten hijos, luego, si eso, te divorcias y te vuelves a casar o te pasas el día trabajando para comprarte un coche mejor que el de tu padre (uno inferior sería no prosperar) pero haz algo útil. A ver quién está tan loco de dar su poco y preciado tiempo a buscar ese amor que trasciende las dimensiones del tiempo y del espacio, eso es de película. Sería pedirle muy poco (o mucho) a la vida.

Y al final, todo el mal es culpa de los políticos. Otros lo hubiesen hecho (claramente) mejor (o no). Sin embargo, también es verdad que los políticos son esas personas a las que nosotros elegimos ‘libremente’ y que intentan que vivamos en sociedad. Digo ‘libremente’ porque no contemplamos la coacción y determinación moral que suponen ciertos esquemas cognitivos implantados en nuestra familia, o trabajo, y que son determinantes, valga la redundancia, en nuestra no libertad del voto.

Y yo me pregunto, ¿qué o quién es la sociedad? Claramente, la sociedad son ellos. Son personas que están de baja, otras que desearían estarlo, personas que no tuvieron oportunidades y otras que las tuvieron y que las aprovecharon, o no, porque decidieron que no merecía la pena. Personas que se vuelven de otros países para estar con su familia o que vuelven para vivir de su familia o que nunca vuelven, pero están en nuestra memoria. Personas que sonríen todos los días y personas que están siempre quejándose, queriendo organizar la vida de los demás porque son infelices con las suyas.

La sociedad se mueve rápido y el tiempo urge (que no lo importante) y agobia. Porque está claro que algo hay que hacer con el tiempo, y algo ‘útil’. Inconscientemente, pensamos y hablamos de utilidad con un trasfondo económico, como seres racionales y pragmáticos, siendo, aunque parezca lo contrario, el amor, el apego y la emoción los motores del sosiego de nuestra esencia más interna, no pudiéndose explicar a partir de la realidad de nuestras partes. Lástima que no siempre se tiene la seguridad de abandonarse en su fascinante búsqueda y se prefiere la mediocridad de la razón.

Y detrás de la sociedad y del tiempo está nuestro yo. Esa persona a la que no escuchamos nunca porque si lo hacemos es que tenemos tiempo y si tenemos tiempo, es que algo mal estamos haciendo (o no). Esa persona que sufre en sus metas ante la desazón de la soledad y a quien la cosa más nimia puede originar las mayores alegrías, pero quizás todavía no lo sepa.

Todavía recuerdo cuando mi abuelo, respondiendo a mi pregunta de «¿quieres que haga algo?», se despidió de la vida con una serena mirada diciendo «espera». Él ya sabía que su tiempo había finalizado y acató la única libertad que tenemos (o no); la capacidad de decidir cómo enfrentarnos a lo inevitable. Siendo lo inevitable, tanto la vida como la muerte. Puesto que no sé si a alguien le preguntaron antes de nacer si quería vivir y cómo quería hacerlo. A mí desde luego que no.

Por tanto, todos aquellos que estemos leyendo estas letras podríamos considerarnos afortunados porque por alguna extraña y misteriosa razón nos han dado la oportunidad de tener conciencia de nuestro alrededor y de formar parte de la historia de la humanidad. Una humanidad que, aunque parezca mentira, ha prosperado a pesar de las desavenencias de la historia y que seguirá existiendo cuando nosotros seamos un recuerdo. Y si algo tengo claro (o no) es que si ha prosperado la humanidad no ha sido buscando el bien individual, sino el logro de esa sociedad que tan poco nos gusta y de la que formamos parte y que es un mero reflejo de los miedos y éxitos de la esencia más profunda del ‘yo’.

Pues igual que no imagino un campo de concentración sin personas que consolaran o dieran el último pan que les quedaba, no imagino una Navidad 2020 sin lo esencial; humanidad.