Se está promocionando por Podemos un cambio político en defensa de la república. Nada que objetar a sus derechos, pero antes hay que analizar nuestra experiencia, que nos indica que si queremos entrar en un período de enfrentamientos, desorden, pobreza, agresiones y un baño final de sangre, con el epílogo de una dictadura, ese es el mejor camino.

En nuestra comunidad hemos estado unos 800 años bajo distintas formas de monarquía y unos 9 años de república, el 1 %, y no nos ha ido tan mal. En otros sitios de España, más tiempo aún.

Y si quieren analizaremos las dos repúblicas vividas. La Primera, de 1873, llamada República Unitaria duró menos de dos años y en ese tiempo fue tal el caos político que no se pudo nombrar un presidente de la República, solo cuatro residentes del Gobierno. El primero, Figueras, harto del desorden, a los dos meses una mañana dejó una carta en su despacho y se fue a pasear por el Prado y de allí discretamente se acercó a la Estación de Atocha, se subió a un tren y no bajó hasta París. La carta era su dimisión.

Con la república se abrieron nuevos escenarios de lucha. Estalló el conflicto carlista en Vascongadas y Cataluña. El pretendiente Carlos IV formó Gobierno y emitió moneda en Navarra. Pero el levante era peor, con el levantamiento de la Guerra de las barricadas por los cantones declarados independientes. Uno le declaró la guerra a Alemania y la flota de Cartagena bombardeó Almería siendo hundidos los barcos por dos buques ingleses. En colonias fue peor porque se vigorizaron las rebeliones, especialmente en Cuba. En definitiva, todo estaba ardiendo en guerras. Al mismo tiempo, la política marchaba igual, ya que en ocho meses hubo cuatro golpes de Estado, con asalto al Parlamento, tiros por los pasillos, etcétera.

Como resultado, en ocho meses se sucedieron cuatro presidentes del Gobierno, que duraron dos meses cada uno, suspendiendo Castelar las Cortes desde septiembre del 73 a enero del 74, acabando el mandato por el golpe del general Serrano el 3 de enero de 1874 gobernando la llamada República Unitaria que al año terminó con el golpe de Estado del general Martínez Campos, que devolvió la corona a Alfonso XII, dejando un reguero de pobreza y hambre excepcionales.

La Segunda República, que Ortega definió como «la niña que ha nacido triste», aún fue peor, de modo que aún vivimos sus consecuencias. Enfrentó a las dos España con una saña desconocida saliendo a relucir lo peor de las personas. Incendios, asesinatos, robos. Para empezar, el Gobierno abrió las prisiones soltando a todos los presos comunes. Vamos, lo mejor de cada casa. A continuación, les entregó las armas de los cuarteles y se dejó mano libre para que cada cual obrara a su gusto. Algo que no tiene nombre fue que el Gobierno ordenara la apertura e incautación de todas las cajas fuertes de los bancos sin hacer ningún inventario. Iba la Guardia Civil con unos cerrajeros y a robar, todo al saco. Naturalmente, así se forraron muchos llevándose alhajas, dinero, acciones, documentos... sin ningún control. Pero aquí no acabó la cosa. Vino el ataque personal con asesinatos de miles de personas, solo por ir a misa o sospechar que eran de derechas. Empezaron con el portavoz parlamentario de las derechas, Calvo Sotelo, a quien la Guardia Civil sacó de su casa de noche para asesinarlo en medio de la calle. Una delicia esto de la república. Fíjense que cuando vemos un grupo de gente anárquico, desordenado y caprichoso solemos decir «eso es una república». Pues eso.

Yo que conocí en detalle la Segunda República, lucharé cuanto pueda contra su implantación, porque ¿qué es lo que ganamos? De momento, unas elecciones generales para cambiar la Constitución y después unas elecciones cada seis años para elegir el presidente y sus adláteres. Más gasto aún, para dotarnos de más políticos inútiles. Estarse quietos y a trabajar, que hay mucho que hacer.