Poríferos, cnidarios, anélidos. Son nombres de invertebrados. Los que ha de memorizar mi hijo de 8 años para un examen de Naturales.

¿De veras es tan importante que lo sepa? ¿Le va a servir para algo más que para repetirlo como un loro? ¿Lo recordará en unos días? ¿No hay algo mejor que aprender?

Es el equivalente de nuestra lista de Reyes Godos. Nuestro sistema educativo apenas ha evolucionado.

Sigue basándose en la memorización de datos inútiles que aburrirían hasta a las ovejas. Y en la constante realización de exámenes que únicamente logran que los niños aprueben o no aprueben, pero no que aprendan. No son la misma cosa, aunque algunos así lo crean.

Por otro lado está la mayor, recibiendo clases online. Y es afortunado de contar con los medios técnicos para ello. Otros compañeros no los tienen. De aquella promesa que se hizo en el curso anterior de que se dotaría a los centros de recursos para que ningún alumno se quedase atrás en un nuevo confinamiento, nunca más se supo.

Con este panorama de contenidos más simples y menos profundos que un cubo, la presión de continuos exámenes, la falta de medios técnicos, ¿alguien puede esperar que tengamos alumnos motivados y con ganas de finalizar los estudios? ¿Alguien puede esperar que lo estén siquiera los maestros? Yo, no.

El aprendizaje es inconcebible sin motivación. Las personas (y por tanto tus alumnos) serán más creativos cuando lo que les motiva es el interés, la satisfacción y el reto del trabajo en sí mismo y no las presiones externas. Es el dominio de la ortografía un ejemplo de este objetivo. Antes de conseguirlo, son necesarios ejercicios casi diarios durante cuatro años por lo menos. No se puede esperar del alumnado de básica que esté constantemente lo bastante motivado para realizar espontáneamente esfuerzos que han de repetirse muchas veces. En esta situación el profesorado debe cumplir una importante función de ayuda, estimulando a su alumnado, estableciéndose sobre esto.

El alumno puede estar motivado por sí mismo y si no lo está, le corresponde al profesor la tarea de motivarlo. Esta doble división del problema de la motivación se considera esencial: primero se trata de la motivación del rendimiento y luego, de la motivación del aprendizaje. Ese estímulo, como agente externo, del aprendizaje es importante cuando los alumnos están poco motivados espontáneamente y el profesor ha de intentarlo con medidas apropiadas, tales como alabanzas, censuras o ilustraciones. Precisamente, la problemática añadida de la situación de la covid, nos impide esa expresión tan necesaria.

Recuerdo con mucho cariño una lectura de un libro del que me es imposible acordarme el título que decía algo así que el 99% de los niños y las niñas empiezan sus primeras incursiones escolares con la pasión de todo un mundo de conocimientos (y aprendizajes) por descubrir y que esa proporción en tan solo diez años se reducía a un 30% (y me temo que hoy en día será incluso más baja). Recuerdo también como decía en esa publicación que la "foto" que nos viene a la memoria en una clase de educación infantil cuando la profesora pregunta algo, nos muestra un sinfín de manos levantadas ansiosas por responder. Nuevamente, si hacemos la misma reflexión veremos qué ya no sólo no es un mar de manos las que se ofrecen a responder a cualquier pregunta o reflexión unos pocos años más tarde, sino que es el mismo profesor o profesora la que tiene que buscar u "obligar" a qué un alumno o alumna responda. Si eso no es suficiente para plantearse el por qué de un sistema educativo que se mantiene intacto (sobre todo en la forma de impartir clase) desde hace décadas (salvo poquísimas y rarísimas excepciones) y qué es lo que está fallando pues eso, es que quizás no le demos tanta importancia real a la educación, como solemos decir, de boquilla.