Que esto se hunde no lo duda nadie, porque están ya muy lejanos aquellos días de vino y rosas de la victoria sociocomunista. Todo abrazos, risas, brindis y bailes para celebrar el acuerdo del Botànic. Casi nada cuatro años de cargos y sueldos seguros y barra libre para los amigos. Se celebraba el ‘ahora les toca a los nuestros’. El pacto era sencillo: repartirse las consellerias y, dentro de ellas, los niveles

De modo que todos contaban y ganaban. La teoría era buena si se estaba de acuerdo, pero mortal si no se estaba porque bastaba con parar el trámite en cualquier nivel para que la propuesta no se aprobara. Y en esas estamos, en plena pandemia y con los socios a muerte. Eso explica que con el PP se hicieran 17 hospitales nuevos y con estos solo dos y de campaña, que se les han hundido por el viento. Y ni un kilómetro de carretera, ni un grupo escolar. Solo sueldos, enchufes y déficit. La gran pregunta es saber en qué se lo han gastado estos manirrotos. A mí me da pena ver a mi ‘president’ solo, desconcertado, balbuceante y cargado de dudas, porque está sin la colaboración de su teórico Gobierno y con la cifra más alta de enfermos de toda Europa. Mira que es difícil. Pues lo ha conseguido. Somos los peores. Y con un valenciano muerto por cada cuatro españoles. Son ya 6.000 y no se toman decisiones. Si hace falta se contrata un barco hospital o un crucero y se atiende bien a la gente porque la imagen del hospital de campaña parecía más bien para montar recintos de cuerpos presentes. Un catre, una mesita y un perchero. Buen modo de morir. El problema es que nadie dice nada porque la política se ha convertido en refugio de los sin oficio ni carrera y a vivir del cuento

La solución es muy sencilla. Se debe aprobar que en los periodos de confinamiento en los que nadie gana dinero también se suspendan los sueldos de los políticos para que sepan de qué va la cosa. Y verán como espabilan.

Otro problema es la ayuda estatal a la investigación. Por ejemplo. Para financiar la vacuna española que puede ser la mejor por ser para toda la vida, el Gobierno da 100.000 euros al Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Lo mismo que se gastó el vicepresidente Pablo Iglesias en su chalé de Galapagar. Y es que sigue vigente el «que inventen ellos» de Unamuno. Las consecuencias son que lo que ahorramos en investigar lo pagamos al comprar. Listos que son.