Todos los días observamos la presencia de previsiones sobre la evolución de los más diversos hechos. Si nos detenemos en la pandemia, nos dicen qué se espera que ocurra con el número de afectados y la inoculación de las vacunas. La celebración de elecciones supone un tiempo explosivo para la publicación de trabajos demoscópicos que valoran el resultado esperado de las diferentes candidaturas. Los meteorólogos nos anuncian, día tras día, incluso hora tras hora, si conviene llevar el paraguas o desenfundar la sombrilla. El campo económico constituye un terreno de siembra excepcionalmente fértil para la obtención de proyecciones sobre el curso que seguirán muy diversas e importantes variables, como el paro, la producción y los precios.

Podría indagarse en otros ámbitos y la conclusión sería muy similar: estamos cercados por una avalancha de metodologías enfocadas a la anticipación del futuro y por otras muchas que aspiran a investigar tierras todavía incógnitas. Sin embargo, es mucho menor la atención destinada al contraste de los resultados previstos con los reales, una vez conocidos estos últimos. Una tarea que suele escapar de los medios de comunicación más accesibles para internarse en publicaciones especializadas o ausentarse, sin más, de cualquier ejercicio de revisión. Se nos escapa la valoración crítica de quienes anticiparon esta o aquella cifra, este o aquel resultado.

El derecho a una información bien fundada y contrastada resulta lesionado si se produce un escapismo de responsabilidades por los elaboradores de las previsiones. Por ello ayudaría al ciudadano que, pasadas unas elecciones, se estableciera un ‘ranking’ de las empresas proveedoras de encuestas, tomando como referencia la proximidad de sus anticipaciones a los resultados escrutados. La elaboración de un ejercicio similar, tomando como referencia las variables económicas u otras de las previstas, contribuiría, de igual modo, a resaltar el atino de cada fuente de información, identificando las más fiables y merecedoras de seguimiento.

Por su parte, la detección de sesgos reiterados podría ayudar a revelar la posible existencia de manipulaciones o de manifiestas zonas de mejora en el trabajo de las empresas e instituciones suministradoras de previsiones: una tarea en absoluto menor porque, pese a la búsqueda de objetividad, esta industria contiene zonas de ‘cocina’ que permiten introducir dosis de parcialidad en los modelos empleados. Sólo de este modo se explica que ciertas encuestas se decanten casi siempre a favor de la misma opción política, mientras que otras siguen la dirección opuesta. Es posible observar, asimismo, que la evaluación previa de una misma medida de política económica arroja consecuencias bien diferentes según el autor del análisis. Para algunos, la subida del salario mínimo en un porcentaje dado muestra un acerado y negativo efecto sobre el empleo; para otros, exhibe consecuencias menores, cuando no irrelevantes.

A estas alturas, el lector ya habrá intuido que la calidad de las predicciones, además de sus deseables efectos sobre el derecho a una información fiable, encierra la factibilidad de evitar que nos den gato por liebre; más aún en un país -no nos flagelemos demasiado, no es el único- en el que se encuentra presente la ideologización y la manipulación de la información para defender intereses concretos, por más que valiosos y destacados profesionales intenten evitarlo. De sus iniciativas y de las exigencias de calidad e imparcialidad por las instituciones y empresas concernidas, cabe esperar que se desmonten las trampas y triquiñuelas ahora usadas. Por ejemplo, mediante un claro ejercicio de transparencia consistente en la publicitación de las metodologías y modelos y en la difusión de la totalidad de los datos empleados. Siguiendo, a continuación, con la impulsión de las mejores prácticas profesionales existentes en cada momento y el reconocimiento a las entidades que las emplean. Unas etapas que concluirían con la delimitación de los marcos deontológicos aplicables en cada caso y la revisión de su cumplimiento.

En su conjunto, un trayecto para que la obtención de las predicciones se aleje de las factorías de ‘fake news’, de empresas dominadas por las inclinaciones de quienes las contratan y de investigadores ávidos de publicaciones, aunque sea a costa de liquidar los escrúpulos académicos.