Una pregunta para empezar: ¿quién se acuerda de Concha Alós? Y añado otra: ¿cuánta gente que ama la literatura sabe quién fue Concha Alós? No es por hacerles a ustedes un examen, faltaría más. Cada cual sabe de lo que sabe y me revientan esos tipejos que van por la vida como si la vida no tuviera secretos para ellos. Menudos imbéciles. Esas preguntas me vienen porque desde que era muy joven y leía lo que me salía al paso, sin nadie que guiara mis lecturas, leí un libro de esa escritora titulado Las hogueras. Había ganado el Premio Planeta en 1964 con esa novela. Y me dejó grogui, con la mirada perdida en un paisaje que era para mí como la cara oculta de la luna.

Poco a poco empecé a leer más cosas. Gracias al Círculo de Lectores crecía en casa una pequeña biblioteca, muy pequeña, pero daba gusto ver cómo aumentaba paso a paso, sin otro criterio que el de la intuición, el de un buen título, el de una cubierta que resultaba atractiva a una mirada nada experta como la mía en materia literaria. Entre los nuevos libros que iban llenando aquella estantería, una estantería de hierro que parecía más para dejar en sus baldas herramientas que libros, estaban los de Concha Alós. Siempre estuvieron ahí, siempre. Y ahí siguen: Las hogueras, Los enanos, Los cien pájaros, El caballo rojo, La madama. Libros llenos ya de cicatrices por tantas lecturas, por la cantidad de veces que he vuelto a ellos como si fuera la primera vez. Lo que dice Vladimir Nabokov: «Los libros no se deben leer, se deben releer».

El tiempo a veces es devastador. Muchas veces, casi siempre. También para la literatura. Lo de ayer se olvida, se desprecia como a los trastos que no sirven para nada. Concha Alós había nacido en València en 1926 y desde muy niña vivió en Castelló. Su familia era republicana y al hilo de la guerra civil se trasladó a Lorca. Ella estudió Magisterio, que era casi la única carrera que estudiaban las mujeres en aquellos tiempos. Se casó con un jerifalte del periodismo franquista, se separó, vivió en Mallorca muchos años y ahí desarrollaría buena parte de su trabajo literario. Casi todas sus novelas están ambientadas en Castelló. Nunca dejó de tener esa ciudad en la memoria ni en sus libros. La guerra y la dictadura llenaron sus páginas inmensas. Las heridas de la infancia y la adolescencia fueron dejando huella en una de las mejores y a ratos más furiosas escrituras que he leído en toda mi vida. «El infierno está aquí. Y el cielo lo tienen los ricos… Y trabajando, señorita María, nadie se hace rico», dice Sabina, la joven que se busca la vida como puede, como todos los personajes de la pensión Eloísa, que es como la metáfora de un tiempo hecho pedazos. Hablo de Los enanos, publicada en 1962 y una de las mejores y más radicales novelas de la literatura española contemporánea. ¿Se la pueden apuntar, por favor, los clubs de lectura, tan abundantes ahora mismo, tan necesarios y tan dedicados la mayoría a lo más actual, a lo que dicta el mercado con una impunidad que aterra? La censura nunca la dejó tranquila. El tiempo sí: y el olvido le llegó sin contemplaciones. Ya lo dije antes: lo de ayer no vale nada, lo de hoy, aunque sea una castaña, es lo que hay que leer porque lo dicen las grandes editoriales y los críticos que escriben a sueldo de esas grandes editoriales. En el olvido más absoluto murió en Barcelona en agosto de 2011. Apenas unas pocas líneas en algunos periódicos sellaron su despedida.

Pero nada es para siempre. Tampoco debemos aceptar que lo sea el olvido. Ojalá las instituciones públicas valencianas decidieran pronunciar bien alto el nombre y la obra literaria de Concha Alós. Y ojalá, también, sus novelas y cuentos volvieran a ocupar en las librerías el lugar de privilegio que ocuparon hace tantos años. La editorial Recalcitrantes publicó en 2016 Las hogueras. Otra casa de edición, La Navaja Suiza, ya editó el libro de cuentos Rey de gatos hace dos años y está preparando la publicación de Los enanos. Por desear lo mejor para una escritora imprescindible, y además paisana nuestra, que no quede. En lo que a mí me toca, seguiré pegando la paliza hasta que me quede sin voz o, como dice esa mujer anciana, María Martín, en el documental El silencio de otros: hasta que las ranas críen pelo. Así que insisto: busquen sus libros con ganas y lean a Concha Alós, ¿vale? Seguro que me lo agradecen. Seguro.