O, al menos, así lo percibe mi equipo. Y son muchas más las personas que constatan el interés y la curiosidad que las elecciones al rectorado de la Universitat Politècnica de València han despertado más allá de los límites de los campus de Vera, Alcoy y Gandia.

Será la novedad de contar con varios aspirantes disputándose la dirección de la UPV, una situación que no se había vivido en los últimos doce años. Y seguro que influye, asimismo, lo ajustado de la primera vuelta, con apenas cinco puntos de diferencia entre la candidatura mejor clasificada y la que quedó en tercer lugar y, por tanto, descartada para la segunda ronda. No hay duda de que a todos nos gusta la épica de las victorias esforzadas, con vibrantes pistoletazos de salida, giros inesperados en el guion y finales abiertos hasta el último momento.

Pero, sobre todo, esa atención que hemos generado se debe a que está en juego el destino de una institución respetada, una entidad ampliamente admirada, un activo de primer orden no solo para la Comunitat Valenciana sino para toda España. La UPV es, según el ranking de Shanghái, la primera politécnica de España; es igualmente la principal alternativa al dominio del eje Madrid-Barcelona, de acuerdo con los informes nacionales; un verdadero polo de innovación y transferencia, y, por si fuera poco, el 36º mejor campus del mundo en trabajo digno y crecimiento económico.

Perdónenme si me detengo un minuto en este último dato. Produce cierto vértigo, en el buen sentido de la palabra, pensar que en todo el planeta solo hay otras 35 universidades que procuran un entorno de trabajo mejor a su plantilla y a su estudiantado que lo que lo hace la UPV. Lo ha dictaminado así el prestigioso Times Higher Education, que ha analizado el cumplimiento de los objetivos de desarrollo sostenible –los muy loables ODS de la Agenda 2030– en los campus de todo el mundo de acuerdo con una exigente metodología. Honestamente solo cabe admiración para los equipos de la UPV que lo han hecho posible.

Todo ello nos sitúa frente a una importante encrucijada. El duro esfuerzo realizado por mantenerse y avanzar en la cada vez más competitiva elite universitaria mundial se halla ahora suspendido en un impás, a falta de saber qué dirección tomará la Universitat Politècnica de València a partir del 18 de mayo.

Porque conozco el enorme potencial de la institución que aspiro a dirigir, yo propongo un empuje decidido, un impulso valiente para avanzar hacia una nueva fase. Estoy convencido de que podemos dar pasos de gigante si ponemos al frente de este reto a las personas adecuadas, un equipo de reconocido prestigio y probada experiencia como el que me acompaña en mi candidatura.

Hace falta crear un entorno solvente y fiable que devuelva a la comunidad universitaria la ilusión menguada después de una época de desaliento acusada por las circunstancias de la pandemia. Podemos mejorar, si facilitamos el trabajo de las personas y optimizamos los recursos, si eliminamos la burocracia, si damos estabilidad a las plantillas y apostamos por una conciliación y una igualdad reales.

No dudo de que nuestros logros se pueden multiplicar si ofrecemos un apoyo adecuado a la comunidad universitaria. Se puede conseguir con el esfuerzo de las personas y no a costa de su sacrificio, como en ocasiones se ha planteado. Vamos a trabajar por una universidad real y diversa, mejorando las condiciones y definiendo una hoja de ruta clara para todos.

El mundo nos está mirando. Y nosotros vamos a estar a la altura de este reto.