Las formas de posible latrocinio o latrocinio real son tan antiguas que hasta están en la Biblia. Pero Judas era un traicionero y la traición abunda en el espacio social español y, por supuesto, en el valenciano. No llamaré, pues, políticos a los traicioneros, que se traicionan incluso entre ellos mismos, porque la política es una actividad de los que rigen o aspiran a regir los asuntos públicos, que debe ser respetada, y no el espacio del lucro de tales aspirantes. En caso de que lo sea, como parece que a veces lo es, la política no es tanto un asunto de esos regidores que buscan empleo de modo zafio como una actividad del ciudadano que debe intervenir en los asuntos públicos con su opinión y con su voto. Pero es curioso que al repasar las acepciones que el diccionario de la RAE ofrece sobre la política se dé una, en concreto «políticamente», que lejos de ser un término degradado al uso, nos invita a la conformidad a las leyes y a las reglas de la política.

La política es eso y es arte y doctrina, sí señor. Politizar cuenta el diccionario que es dar orientación y contenido político a acciones y pensamientos que generalmente no lo tienen. Y buena falta hace esa orientación, sin duda. Porque lo que por nuestros lares parece ocurrir es más bien lo que responde en el diccionario al término «politicastro», que no es otra cosa que un político o política inhábil, rastrero, mal intencionado, que actúa con fines y medios turbios. Qué excelente definición no sé para quien o para quienes.

Pero lo bueno del diccionario es que te ilumina y ves en seguida el retrato público de uno o de otra. De manera que el mismo politicastro es aquel del que el diccionario dice, al definir «politiquear», que es quien además de tratar de política con superficialidad y ligereza, hace política de intrigas y bajezas.

¿No conocen ustedes a ningún personaje o personaja público o pública que tenga esa afición? Yo sí, pero me callo. Lo veo o la veo intervenir o brujulear en política, que es lo que me dice el diccionario que significa «politiquear», pero como también me dice que politiquear es hacer política de intrigas y bajezas, y en eso parece que los interesados y los corruptos son expertos y expertas, prefiero no mirar los retratos que esta Comunitat Valenciana tiene desde hace mucho tiempo en sus más excelsas historias de una corrupción que viene de lejos. Y que suele tener muchos más apellidos en unas familia que en otras, aunque quiera valerse de comparaciones la muy mayoritaria. En todo caso, prefiero al politicón y a la politicona, que se distinga por su exagerada y ceremoniosa cortesía, si no fuera porque el diccionario en este término se queda muy antiguo. Aunque tiene otra acepción que da al politicón y a la politicona por personas que muestran extremada afición a los asuntos públicos. Y esto es lo que de verdad la sociedad espera y necesita. No que des tus votos a un indocumentado o indocumentada para que los lleve a una oficina de empleo privilegiado y se salga con unas perritas.

La política –no espacio de lucro sino actividad de los que rigen los asuntos públicos- no merece politicastros ni politicastras, como algunos y algunas de los que nos caen encima. Pero menos que se autotitulen políticos o políticas para manchar nuestro necesario espacio de vida. La política no es una cueva de ladrones, aunque con razón lo denuncien a veces algunos, pero tampoco debe ser una oficina de empleo para aquellos y aquellas que busquen en la política sólo un sueldo.

«A mí que me paguen», dijo una. Y guardó sus votos como un tesoro con precio.