¿Qué escribe un poeta en sus últimos momentos?

¿Qué palabras escoge un poeta para su adiós?

Nunca me lo había preguntado.

Ahora lo sé.

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El miércoles pasado estuve con Francisco Brines en l’Elca, una vez más. Pero no era un día cualquiera. Lo encontré muy feliz. Un poco más de lo que siempre estaba Paco. Sin duda, era una jornada especial: recibía el Premio Cervantes, el máximo galardón de las letras hispánicas, y se lo entregaban los Reyes en su refugio de l’Elca, el escenario de su poesía, el paisaje emocional de su vida.

Tras una ceremonia en la que su inteligencia y su ironía habían brillado como de costumbre, estuvimos un rato charlando en su jardín. Las buganvillas trepaban hacia un cielo azul que iba disipando las nubes de la mañana y todo, absolutamente todo, parecía luminoso. Siempre me he sentido afortunado al gozar de su conversación, sabia y humilde a la vez. Paco reía y bromeaba. «Vejez rima con lucidez», me dijo. Era el día soñado por todos sus amigos, empezando por Fernando Delgado, con quien tanto ha querido.

Paradojas de la vida, ese fue su último gran día.

Brines se ha ido. Su marcha nos llena de tristeza y deja un enorme vacío cultural en nuestra tierra. ¿Cómo sobreponernos? Con su poesía, que nos recuerda nuestra fugacidad y nuestra pequeñez. Que nos martillea la conciencia y nos aleja de cualquier feria de las vanidades con apenas un verso inolvidable que todos deberíamos memorizar: Somos un paréntesis entre dos nadas.

Francisco Brines acaba de cerrar su paréntesis. Pero lo que deja atrás no es precisamente la nada. Hay en su obra sabiduría para llenar muchas vidas. Porque en Brines se fundían el filósofo del paso del tiempo, el autor de la melancolía por un pasado irrecuperable, el escritor de la serenidad, el pensador de la soledad. Todos ellos era Paco, un humanista capaz de enhebrar razones y emociones en sus versos. Como en los del poema «El último viaje»: «Lo vivido borrarse definitivamente como es ley que suceda a todo cuando nace. Así yo. Así el mundo. Y que sea el Silencio.».

«Yo sé que olí un jazmín en la infancia una tarde, y no existió la tarde». Ese era su modo poético de decir: «Yo sé que viví, y que mi vida dejará de existir». Porque hubo un jazmín, hubo una infancia y hubo una tarde. Así lo dejó escrito. Y así lo hemos de recordar.

Al despedirme de él hace diez días, quedamos en que pronto volvería a l’Elca para comer con él y con Fernando en su jardín. Ese encuentro nos queda pendiente. Pero eso no debe azorarnos. Nos ha dejado más solos, más tristes, pero queriendo más la vida. Porque hubo un jazmín y hubo una tarde. Y con eso nos basta.

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¿Qué palabras escoge un poeta para su adiós?

En las últimas horas en el hospital, cuando las palabras que anidaban en su alma no podían salir de su garganta, su familia y sus más íntimos le entregaron un papel y un bolígrafo.

¿Qué escribe un poeta en sus últimos momentos?

¿Qué palabras, de entre todas las que ha acariciado, decide escoger?

Paco eligió dos: «Os quiero».