Un pueblo que no se preocupa de sus niños y que además, a riesgo de sus vidas, los incita a saltar al mar para huir de la miseria fuera de sus fronteras, es un pueblo sin futuro. Y de la misma forma, debemos afirmar que una humanidad que permite la vida sin seguridad y esperanza de muchos cientos de millones de niños, es una humanidad sin futuro. Por eso, los hechos acecidos recientemente en la frontera entre Marruecos y España, en Ceuta, nos exigen recordar una vez más el compromiso ineludible de todos los adultos con la protección de los niños y la defensa de sus derechos y su bienestar. Pero sobre todo, debemos abrir nuestras conciencias especialmente a todos los niños del dolor, representados hoy en esos niños del mar.

Son niños que vienen del Sur expoliado y empobrecido; pero que también viven en el Norte de la abundancia y la desigualdad, y nos reclaman nuestro desinteresado afecto, nuestra solidaria generosidad y nuestro testimonio de seres humanos capaces de superar las fronteras del egoísmo y la impotencia. Son niños sin futuro y casi sin presente. Son hijos de la miseria, del hambre y del abandono, cuando no de la manipulación más deleznable de sus gobernantes, como nos han testimoniado las imágenes de la playa del Tarajal.

Son solo pequeños puntos perdidos en la dureza de las olas y que al llegar a la playa, se convierten en seres autómatas con la mirada llena de preguntas sin respuesta. Apenas poseen sólo su nombre, pero tienen un inmenso deseo de vivir que carece de fronteras y que les impulsa a lanzarse al mar sin apenas saber nadar.

Mis sentimientos se sobrecogen ante la imagen de su dolor; pero mi conciencia crítica se rebela y me impide admitir que para ellos no hay esperanza, ni tampoco habrá culpables. Pidamos y creemos recursos y cauces eficaces y seguros para la inmigración y la acción solidaria; pero que ningún gobernante de este mundo olvide su responsabilidad en la garantía de los derechos humanos para con sus ciudadanos. Exigencia que más allá de las buenas palabras y la desfachatez, es hora ya de que definan los tribunales internacionales, ante estos nuevos hechos susceptibles de ser calificados como crímenes de lesa humanidad. Así lo consagra el artículo 7.1. k) del Estatuto de Roma, por el que se crea la Corte Penal Internacional, en previsión de la osadía del ser humano para crear nuevas formas de criminalidad de trascendencia internacional. El trato inhumano y degradante de estos niños por las autoridades marroquíes promotoras de su aventura, en flagrante violación de la Convención Internacional de los Derechos del Niño de 1989, repugna a toda la humanidad y la convierte en víctima. Lo que hace que estos crímenes trasciendan a las personas que los sufren directamente, pues cuando se ataca a éstas, se ataca y se niega a la humanidad.

Este sentimiento lo hemos tenido durante estos días y lo seguiremos teniendo, porque la impunidad envalentona al victimario y multiplica su desprecio a la dignidad humana, al tiempo que somete el necesario diálogo entre países vecinos a intereses ocultos y en clara violación de los derechos humanos. Europa no puede permitir que ningún país vecino utilice a los niños como instrumento de presión política y la Fiscalía de la Corte Penal Internacional debería iniciar actuaciones, al menos, para que sirva de advertencia y nadie se atreva a volver a intentarlo. El hecho de que las conductas a investigar se hayan producido también en territorio español avalaría la competencia de la Corte Penal, pese a la no ratificación por Marruecos del Estatuto de Roma (artículo 12).

El día que el mundo escuche el llanto, el dolor y la voz de los niños, otro mundo será posible. Desde ese sentimiento de coraje y esperanza, la humanidad debe afrontar una realidad más que estremecedora, en la que millones de niños no tienen otro futuro que la miseria. No hay excusa posible ante el sufrimiento evitable de quienes ni tan siquiera tienen capacidad racional para rebelarse contra la injusticia. Más allá de los que pudieron llegar a Ceuta por simple travesura o empujados por un tsunami humano inesperado, los niños necesitados que llegaron a nuestra frontera no son invasores ni ponen en peligro la integridad de nuestro territorio. Solo piden tener el futuro que nadie les ofrece.

Ni España ni Europa pueden alegar excusa alguna para no proteger a estos valientes niños del mar, por muy execrables que sean las circunstancias de su llegada y por muy oscuros que sean los intereses de los gobernantes marroquíes que al grito de «¡vamos, vamos!» los llevaron al trampolín del espigón en la playa del Tarajal. Primero la asistencia y la protección. Después, la exigencia de responsabilidades internacionales a los culpables.