Cada vez vemos más cerca la luz al final del túnel de esta pandemia y nos dirigimos inevitablemente hacia un cambio de rumbo como sociedad; un cambio de paradigma vital para las generaciones que hemos vivido una de las etapas más inciertas y dinámicas en esta era contemporánea. Se abre un nuevo tiempo que recordaremos como un antes y un después; un período que nos debe permitir taponar nuestras heridas emocionales. Ahora tenemos que volver a apoyarnos en lo colectivo y confiar en que la suma de muchos vectores obtendrá como resultando una mayor fuerza para afrontar retos comunes.

Así, el optimismo que hemos generado en torno a la recuperación tenemos que canalizarlo hacia cambios estructurales que nos permitan avanzar y desarrollar una forma más sostenible y amable en nuestro entorno social para salir de una crisis que se ha llevado por delante muchas ilusiones y estructuras. Es el momento de fomentar la solidaridad como valor fundamental. Ese valor será el puntal de los planes de recuperación y de reestructuración. Nuestro resurgimiento debe estar mucho más comprometido con la justicia social que aquel célebre Plan Marshall que tanto recordamos hoy, y que cambió el modelo socioeconómico europeo dando oportunidades a quienes lo habían perdido todo durante la Segunda Guerra Mundial.

También en este tiempo seremos testigos de la extraña sensación de reencontrarnos; de retomar la participación ciudadana, la experiencia puesta en común y la sociabilidad. Priorizaremos lo colectivo frente a lo individual y daremos cuenta de la importancia de compartir vidas. El periodista Manuel Jabois afirma en su último libro que existe la falsa creencia de que vivir mucho es que te pasen muchas cosas. Pero como él, creo que vivir mucho es conocer en concreto qué cosas nos están pasando. Con todo lo que nos está sucediendo adquirimos conocimiento, aprendemos, y nos reilusionamos para volver a compartir proyectos de avance social.

Durante esta larga etapa hemos puesto muchas energías en agilizar y dinamizar la gestión telemática, la digital, la virtual y lo deslocalizado e infungible. Y aunque la digitalización ha supuesto una ventaja incuestionable, en el futuro en una sociedad avanzada como la nuestra, vamos a tener que volver a poner el acento en las personas, en los equipos humanos y en la importancia que la colectividad concede a la lucha por causas comunes, construyendo lazos asociativos, abrazos físicos y poniendo al ser humano en primera línea del nuevo crecimiento.

Las sociedades post covid no serán sociedades tan digitales como creemos, por mucho que hayamos avanzado en este sentido, simplemente serán sociedades más cooperativas. Porque en nuestro ADN llevamos implícita la colectividad, el trabajo en equipo, la sensibilidad social y la unión de personas. Así, estoy convencido de que se avecina un tiempo de pensar en clave humanitaria y más colaborativa.

Por otra parte, la reestructuración global y los nuevos modelos productivos van a impedir que las grandes empresas se coman a las pequeñas; porque las necesitan para crecer y para llegar a todos los pueblos, grandes ciudades y a nuestros barrios. Con la vuelta a las oficinas, a los actos sociales, a los eventos de ocio, a la rutina que tanto añoramos, recuperaremos también nuestras redes del pequeño comercio, empresas de proximidad y plena confianza. Y las grandes empresas comerciales y de logística harán de tractor para que el motor de la economía acelere con más fuerza. Tendrán que cooperar.

La clave en esta nueva etapa de oportunidades consiste en transportar lo global al terreno de lo local. Con retos por delante tan importantes como la lucha contra la despoblación, la activación de sectores primarios, de nuestra artesanía o la renovación tecnológica para modernizar múltiples sectores. Es el momento de pisar el acelerador en la investigación y en la innovación, en la colaboración y en la transversalidad de los proyectos de futuro. Alcanzaremos así un modelo económico y social híbrido que se encuentra a medio camino entre el pasado y el futuro, entre lo autóctono y lo globalizado, entre lo tradicional y lo digital, y que representará que, en definitiva, la verdadera revolución del siglo XXI será la cooperación.