En botánica se usa el vocablo ruderal (del latín rudus, escombro) para señalar plantas que suelen crecer en terrenos baldíos, escombreras, caminos, solares, etc., y, en general, tierras abandonadas y alteradas por la actividad humana.

Con la misma raíz aparece la palabra rústico (del latín ruralis, campo) que significa rural, pero que tiene una acepción de tosco, sin pulir. Y hay otro término, con igual etimología: rudo (del latín rudis) que significa basto, áspero. Con origen similar, rudimento: indica los primeros conocimientos (rudimentarios) de un saber.

El latín tiene estos devaneos tan interesantes. Y, por contraposición, la palabra e-rudito: aquél que ha dejado de ser rudo.

Todo esto viene a cuento de que el rudo es un rústico que rudimentariamente conoce algo ruderal. Es decir, de manera tosca, sin distinguir, se atreve a exponer sus rudimentos como si fuera un edificio sólido, un maestro, un experto en la materia, pero en realidad es una ruina. La ignorancia es atrevida.

Por citar ejemplos: las ideologías subvierten el sentido común. Contra toda evidencia actúan por prejuicios hasta el desastre; y entonces el remedio es traumático. Rústico, en fin, es aquél que no se convence hasta que no constata su error, pero entonces llega tarde y mal.

Hay otros tipos de rudezas más sofisticadas, y aparentemente eruditas, como afirmar que la vida es un relámpago entre dos oscuridades, porque queda chic; y sin embargo, es mucho más estimulante, puestos a elegir, sugerir la esperanza de una eternidad, de una vida feliz; y no, la nada.

Rústico es quien pretende destruir antes que construir; hacer morir, que hacer nacer; y arranca el brote de la esperanza que anida en el corazón de los pequeños. Es la minúscula yema que surge como renuevo vital, que siempre rebrota; y que, con el transcurrir del tiempo, ensalza el grueso leño del árbol. Por ese insignificante inicio comienza todo lo vivo. Y, como señalara Charles Péguy, el tierno brote no está hecho para la resistencia, no está encargado de resistir. Son el tronco, y la rama, y esa raíz central los que están hechos para la resistencia, los encargados de resistir. Y es la ruda corteza la que está hecha para la rudeza y la que está encargada de ser ruda. Pero el tierno brote no está hecho más que para el nacimiento y no se le ha encargado, sino que haga nacer (y que haga durar) (y que se haga querer). Por otra parte, yo os digo, dice Dios, que, sin ese brote primaveral, sin esos miles, sin ese único brotecito de la esperanza, que evidentemente todo el mundo puede romper, sin ese tierno brote algodonoso, que el primero que pasa puede hacer saltar con la uña, toda mi creación no sería más que leña muerta. Y la leña muerta será arrojada al fuego. Y toda mi creación no sería más que un inmenso cementerio».