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Crimen niñas de Tenerife

PUNTOY APARTE

Isabel Olmos

"Rocío, vuelve a casa y da la cara"

Rocío, vuelve a casa y da la cara». Quien realiza esta súplica mira directamente a la cámara de televisión, con ojos lastimeros y una seguridad sin quiebra. Se quita la mascarilla y prosigue: «Me la quito para que se me vea la cara y se sepa que no soy un maltratador», y se queda a gusto por unos minutos. Todo un numerito. De los que les gusta hacer a ellos. Aspavientos, golpes en el pecho, manos en la cabeza desesperados... Una de esas escenas que les encanta hacer a los agresores ante la opinión pública para hacerse las víctimas y arrebatarle a las suyas el último derecho que tuvieron: ser las víctimas.

Quien habla se llama Adrián y ha confesado haber matado a su expareja y madre de su bebé y, posteriormente, haberla descuartizado y repartido sus restos por media Estepa. Todo ello tras años de maltrato. Pero él, insiste máscara en mano, no es un maltratador e insta a la víctima, de 17 años, a que «dé la cara».

El rostro de este asesino ocupa los minutos de televisión posteriores a la información sobre otro -también de dos mujeres, también un hombre, también del entorno familiar-, el de las dos niñas de Tenerife. Las piezas se solapan y numerosos expertos catalogan a Tomás Gimeno, progenitor de las pequeñas, como «manipulador, posesivo, temperamental, intolerante a la frustración, agresivo» y da la sensación, al final de esta ristra de calificativos, de que lo que ha pasado es que la pobre madre dio a toparse, sin saberlo, con una persona inusual, un malvado como hay pocos, un psicópata de los que solo se ven en las películas, alguien excepcionalmente perverso, uno entre un millón y con doble cara.

Pues miren, no. No. Como Tomás, el asesino de hijas, hay muchos. Pero muchos. Porque la violencia contra la madre a través de los hijos es tan vieja como la violencia contra la mujer porque es una forma más de agredirla. Y viene de milenios. ‘Tú, vete de casa cuando quieras que tus hijos me los quedo’, ‘Si te acercas, les mato’, ‘Si les pasa algo a ellos será por tu culpa, por irte’, ‘Si me dejas te voy a dejar sin nada, también sin tus hijos’ y ‘Todo lo que pase si te vas será tu culpa, tu culpa, tu culpa...’. ¿Seguimos?

Nos hemos acostumbrado a poner mil calificativos a las personas para no hablar directamente de su maldad. Hay maldad en nuestra sociedad y hay personas que son malvadas. Y el machismo es una parte fundamental dentro de esta estructura de maldad, un ingrediente imprescindible. Porque hay maldad cuando un hombre mata y maltrata a una mujer porque cree que es suya o inferior; hay maldad cuando no solo no ama a sus hijos, sino que les ve únicamente como meros instrumentos para materializar su odio; hay maldad cuando acusamos de feminazis a las mujeres que denuncian el maltrato y el abuso o cuando decimos ‘si no denunció, no sería para tanto’; y hay maldad cuando por culpa de estos hombres las mujeres sufren, pero también lo hacen los miles de hombres buenos que jamás harían daño a su pareja o a su descendencia.

El machismo es maldad y en la maldad hay machismo. Y son indivisibles y forman parte uno del otro porque ambos carecen de todo lo esencial que nos hace ser humanos: la compasión y el respeto. El respeto que se merecía Rocío, que no se fue de casa, pero que no volverá porque Adrián la asesinó.

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