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Juicios mediáticos

Hace unos meses fue el “caso Nevenka” y ahora es el “Wanninkhof-Carabantes”. Los documentales que indagan en aquellos sucesos, narrados con el distanciamiento y la perspectiva que da el paso del tiempo, son reveladores, pero no tanto por los hechos trágicos que se produjeron y sobre los que se ha hablado y escrito mucho, tal vez demasiado, como sobre la reacción social que desencadenaron. 

Veinte años después contemplamos aquel delirio, sobre todo mediático, con perplejidad y vergüenza, propia y ajena. 

Aquellos sucesos coincidieron más o menos en el tiempo, a las puertas del siglo XXI. Un par de décadas no son gran cosa en términos históricos ni sociológicos, por muy lejano que nos suene lo que nos cuentan Maribel Sánchez-Maroto y Marisa Lafuente, la directora y la guionista, respectivamente, de “Nevenka”, o por inverosímil y despreciable que nos resulte lo que Tània Balló, la directora de “El caso Wanninkhof-Carabantes”, nos muestra sobre cómo nos comportamos con Dolores Vázquez, su verdadera protagonista. 

En ambos documentales aparecen escenas penosísimas de hostigamiento. 

Ahora quizá nos sintamos algo menos catetos que aquellas gentes que cuestionaban a Nevenka por ser joven y guapa y a Dolores por ser más bien poco agraciada y, además, lesbiana. Ahora nos escandaliza la dureza con la que Nevenka Fernández fue juzgada, especialmente por sus vecinos, cuando denunció el acoso social y sexual al que estaba siendo sometida por el alcalde de Ponferrada, cuando ella era concejala. Ahora parece imposible que en la búsqueda del asesino de Rocío Wanninkhof se prestara más atención a la relación que Dolores Vázquez mantenía con la madre de la víctima que a los indicios y pruebas que, con el tiempo y otra muerte, acabaron conduciendo al verdadero culpable. 

Deberíamos haber aprendido la lección, aunque hay indicios, y recientes, de que no ha sido del todo así. 

Las protagonistas de ambos documentales, el de Nevenka en formato de serie de tres episodios, y el del “caso Wanninkhof-Carabantes” en una sola entrega de casi hora y media de duración, fueron sometidas al juicio social y condenadas. Nevenka al menos ganó en los tribunales. 

La mayoría tiene la disculpa de haberse dejado llevar por las emociones, por el ambiente general y los arquetipos dominantes, pero los medios y los profesionales de la comunicación que trataron aquellos hechos no tienen derecho a recurrir a esas excusas. 

Nevenka Fernández, que cuando sucedió todo aquello solo tenía 26 años, tuvo que salir huyendo de España y lejos, muy discretamente, ha forjado una vida. Dolores Vázquez salió de la cárcel al demostrarse que era inocente. Pasó 519 días entre rejas y nunca recibió ninguna compensación, ni siquiera se le ha pedido perdón; dicen que vive escondida en su Galicia natal. 

El daño que se les infligió es irreparable e imperdonable. Sánchez-Maroto, Lafuente y Balló han intentado redimirnos, aunque sea tanto tiempo después, con un exhaustivo trabajo de investigación y una mirada empática. 

Tània Balló, que esta misma semana ha estrenado en “Netflix” su documental, ha hablado de la necesidad de poner límites, de hacerlo desde los medios de comunicación, que tienen una responsabilidad social de la que no pueden zafarse, y también personalmente, como consumidores de información. 

Balló también ha contado que ha intentado recordar cómo impactaron en ella, en su momento, los sucesos sobre los que ha vuelto ahora y duda sobre si no se dejaría arrastrar, también ella, por aquella marea de miedo y resentimiento y no está segura de lo que sucedería hoy en día de repetirse aquello. Es una buena pregunta para hacerse veinte años después, como personas, como sociedad y como profesionales del periodismo.

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