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Bajo el clima continental

Wolfram Eilenberger es un filósofo alemán. No se asusten, también es publicista y futbolero perdido. No hace tanto derramó conceptos sobre el torneo al que nos asomamos en estas tardes calurosas al sostener que «el fútbol encarna la excelencia del espíritu liberal europeo y la Eurocopa nos conecta con las raíces y con nuestras fronteras culturales y artísticas». Los furibundos que no comparten pasión, tranquilos, que ya no vuelvo a citarlo.

La realidad es que, en pocas historias, la supremacía del Viejo Continente –y del americano del Sur– sobre el gigante estadounidense alcanza cotas similares ni de lejos contando con las peculiaridades de cada demarcación. A la francesa por ejemplo, que veía todo hecho desde el primer acorde de la Marsellesa, se le formó una bola con el suizo. Y aunque siempre acuden los trasatlánticos, a la hora de la verdad las fuerzas se igualan y no pocas poblaciones diminutas despliegan una movilización que para qué. España, ojú.

Aquí cada cual profesa sus colores y lleva un seleccionador dentro. Hasta que llegaron los éxitos en este siglo, el desplazamiento en masa fue una quimera y, más o menos, así seguimos. El que la letra sea «Chunda, chunda, tachunda» no hace que hierva la sangre y el tiquitaca fue visto como una anomalía. ¡Tanto pasesito..! Joder, el sentimiento patrio se conjuga a cabezazos como el propinado por el régimen victorioso al maligno en el 64. De ahí al «patapúm p´arriba» y al mister que más mella hizo, un Aznar que acaba de mandar al área de castigo a Iglesia y patronal por dar el aval al indultamen sanchero. El gurú capaz de esparcir concordia por el terreno de juego propio todavía no ha nacido.

En plena competición, todo quisque sabe que Europa no está en su apogeo. Las rondas finales mostrarán que, donde menos te lo esperas, salta la liebre. La encrucijada se encara de la mano de ese torpedo llamado Luis Enrique, un galán que se distingue del clementismo por estar a tiempo de darnos una alegría. Lo del espíritu liberal, si les parece, lo dejamos para otro siglo.

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