Primero salvar vidas. Después, cambiar nuestro modo depredador de comportarnos con la naturaleza, vivir acordes al medio que nos garantiza la vida; porque, de lo contrario, de seguir acelerando el desequilibrio de los ecosistemas, la naturaleza nos reclamará lo que le hemos robado y nos pasará factura, a nosotros y a las generaciones venideras. Éstas son las dos grandes lecciones que nos ha dejado la pandemia de la covid-19 que aún colea con sus peligrosos zarpazos.

Porque hoy sabemos que las epidemias, pandemias y desastres naturales se agregan, desgraciadamente, a contaminaciones, destrucciones del hábitat, eliminación de terrenos de cultivo y otras fechorías imputables al hombre, siempre escondidas detrás del llamado progreso, que se nos vende como garantía de vida; pero que se utiliza como excusa para la destrucción del hábitat natural, provocando todo lo contrario; la negación de la vida para la mayoría y el beneficio económico, eso sí, para algunos pocos.

¿Hemos aprendido éstas dos esenciales lecciones que nos ha dejado ésta durísima experiencia? ¿Cómo podemos calificar la gestión de los responsables del Gobierno de nuestra comunidad autónoma, respecto de éstas dos grandes políticas?

Respecto de la primera, salvar vidas, ya tuvimos oportunidad en otro artículo en Levante-EMV, de calificar como notables las valientes y restrictivas políticas de movilidad acordadas por el Consell, especialmente a partir del 21 de enero de 2021, y que redujeron el nivel de incidencia de la pandemia en nuestro territorio de forma espectacular, en el contexto de todo el Estado e incluso de Europa; lo que sin duda alguna salvó muchos cientos de vidas. Fueron buenas políticas, dignas de elogio, y de ellas podemos sentirnos orgullosos todos los valencianos.

Pero, respecto de la necesidad de cambiar nuestro modo de comportarnos con la naturaleza, lamentablemente, seguimos sin superar el nivel de insuficiencia. Buen ejemplo de ello es la reciente publicación por la Consellería de Obras Públicas de la prolongación y conexiones de la autovía CV60 entre Palma de Gandia y Gandia. Una nueva vía rápida de cuatro carriles de unas dos decenas de kilómetros, que transcurre paralela a la actual carretera a lo largo de ocho municipios de la Safor: Palma, Beniflá, Potríes, La Font d’en Carròs, Rafelcofer, Beniarjó, Bellreguard y Almoines, con un coste de 65 millones de euros.

El objetivo, una vez más, “el progreso -indeterminado- de la comarca de la Safor”, aunque en palabras de la alcaldesa de Gandia, no hay que olvidar el interés de la cabecera de comarca por la ampliación comercial de su puerto y los intereses de los empresarios de las comarcas del interior, en concreto, de la Vall d´Albaida, el Comtat y L´Alcoià. El impacto ambiental, demoledor para la huerta de la Safor, un ecosistema maravilloso donde el mar y la montaña forman un verde y cristalino cuenco al juntar sus manos, y que ahora, una espada de hormigón y asfalto cortará por la mitad para siempre. Un lugar lleno de vida, de caminos rurales que invitan al paseo vivificador, de oportunidades para la diversificación de cultivos ecológicos, de proximidad y de soberanía alimentaria y de un patrimonio hidráulico inmemorial; elementos todos de una idea de progreso acorde con el respeto a la naturaleza, o lo que es lo mismo, el respeto y el goce de la vida.

Todo esto se perderá por ganar unos minutos de tiempo, como decía la alcaldesa de Potríes, el único ayuntamiento de la aomarca que cual aldea gala de La Safor, se ha pronunciado contra esta nueva obra. ¡Lástima de poción mágica! Pero el proyecto se anuncia como “imprescindible e irrenunciable” y con efluvios de tiempos pasados, al procedimiento administrativo de alegaciones se le llama eufemísticamente “diálogo”. Asfalto y silencio. Es el compás imparable que marcan éstas nuevas legiones romanas que van sembrando la comunidad de norte a sur de cuadricalzadas de asfalto, arrebatándole espacios a una naturaleza que un día nos pedirá cuentas.

No hemos aprendido nada y alguien debería frenar a éstos arcadios de la Hispania del asfalto. El Consell supo rectificar y salvar muchas vidas con sus políticas. También ahora es tiempo de cambiar y escuchar a una ciudadania que apuesta por un progreso y un desarrollo sostenible acorde con la defensa de la vida. Hay soluciones alternativas mucho menos costosas. Lo que se planificó hace veinte años ya no sirve; la pandemia nos lo ha demostrado. Es tiempo de sentarse a decidir con tranquilidad qué queremos hacer con el territorio y de pensar menos en cómo ganar las próximas elecciones. Piensen un momento, ¿cómo les vamos a enseñar a nuestros escolares a respetar la naturaleza, mientras ven por las ventanas de las escuelas las excavadoras arrasando la huerta? ¿Cómo hacer cómplices a nuestros jóvenes de las leyes de emergencia climática, si solo por ganar unos minutos somos capaces de derrochar millones de euros y destruir la preciosa huerta de la Safor?