Ha callado para siempre Rafaella Carrá. Aunque sus canciones seguirán aportándonos luz y alegría siempre. Fue la estrella de una época en la que este país vivía un despertar social y cultural de una fuerza tal que sus huellas aún se perciben. Pero sobre todo, la que más ha perdurado durante el tiempo ha sido ella misma. No hay generación, por millenial o Z que sea, que no haya bailado desenfrenadamente sus temas más populares en fiestas o discotecas. Y su voz se ha apagado en un momento en que nuestro país parece que necesita repetir en voz alta muchos de los mensajes que ella proclamaba, ante el auge de determinadas fuerzas que parecen decididas a hacernos retroceder en el túnel del tiempo.

La Carrá era mensajera de tolerancia: «Para hacer bien el amor hay que venir al sur lo importante es que lo hagas con quien quieras tú». De buen rollito, adelantándose incluso a la moda zen: «Corazón de vagabundo voy buscando mi libertad, he viajado por la Tierra y me he dado cuenta de que donde no hay odio ni guerra el amor se convierte en rey». Frente a mensajes tan explícitos, también era maestra en insinuar y decirlo todo sin decir nada: «Él era un chico de cabellos de oro/Yo le quería casi con locura/Le fui tan fiel como a nadie he sido/Y jamás supe que le ha sucedido. Porque una tarde desde mi ventana/Le vi abrazado a un desconocido/No sé quien era, tal vez un viejo amigo/Desde ese día nunca más le he vuelto a ver (...) Lucas, Lucas, Lucas, ¿dónde te has metido?/Lucas, Lucas».

Y dio voz en cierta manera a lo que hoy denominamos empoderamiento femenino; aunque ahora pueda sonar ridículo y banalizante por su tono, el mensaje no lo era tanto en aquella España mucho, mucho más machista que la actual: «Y así mi amiga,/A su marido,/Desde ese día/Le encarga de la casa,/Lava la ropa,/Se va a la compra,/Y a mediodía prepara la comida. Después la espera,/ Pero mi amiga,/Regresa tarde,/Cuando le viene en gana. Desde esa tarde/Que estaba tan mal,/Y su marido la quiso engañar. Porque tenía una mujer,/¡Qué dolor! ¡Qué dolor!/Dentro de un armario;/¡Qué dolor! ¡Qué dolor!».

Incluso para el momento más triste de la despedida aportó un punto de alegría para ahorrar las lágrimas: «Cuando escuches tocar a la banda./Cuando escuches la banda, tocar,/deja todo y olvida tus penas,/porque la banda las mata al pasar (…) Adiós amigo, goodbye my friend./ Ciao, ciao amigo, arriverderci, auf wiedersehen./Adiós amigo, goodbye my friend./Sigue a la banda, que con la banda, todo va bien».

Por todo eso y por mucho más. Porque hoy como entonces es necesaria esa capacidad de decir las cosas con alegría sin que nadie se sienta ofendidito... ¡Vuelve, Rafaella!