El Partido Popular y el Partido Socialista, con apenas unas semanas de diferencia, han desembarcado en el sempiterno Levante Feliz en busca de su bien más preciado: la felicidad, entendida en su tercera acepción de la RAE como «ausencia de inconvenientes o tropiezos». Esto es, la paz orgánica. La convención, como el congreso, han servido para evidenciar el acuerdo de paz en las filas populares, aunque algunos todavía se resisten a estampar su firma en él. En filas socialistas, por lo que parece, no solo lo han firmado, sino que, incluso, lo han enmarcado y colgado en la pared. ¡Qué lejano queda aquel convulso congreso de 2017! A la vista de las intervenciones y de las redes sociales, el encuentro federal socialista será recordado como el de la reconciliación y la recuperación del proyecto común y la ilusión por el futuro. Que no es poco si echamos la vista atrás y recordamos el descalabro electoral de 2011 y la profunda crisis orgánica que generó. Ha sido más sencillo regresar a la Moncloa que apaciguar el partido.

La nueva ejecutiva federal, con cambios de calado respecto a la anterior, apuesta por una mayor presencia de la periferia –sentido territorial y simbólico– y de las mujeres. Respecto a la primera, nos encontramos en un escenario político en el que el centro del relato sobre España está más que atomizado. Posiciones centrífugas podrían convertirse en una estrategia exitosa para competir a su izquierda y a su derecha. La cuestión será mantener la pulsión entre ambas fuerzas, que, visto el panorama, tensan en direcciones opuestas. Sobre la segunda, es la primera vez que el 60 % de las sillas serán ocupadas por mujeres. En cierto modo es una apuesta en la dinámica de nuevos liderazgos femeninos en la izquierda –estatal y europea–, pero es también fruto de su política interna de igualdad. No olvidemos que, allá por finales del siglo XX, el Partido Socialista e Izquierda Unida iniciaron el camino de la paridad en las listas electorales, obligándose en sus propios partidos cuando ni las instituciones ni la normativa lo hacían. Fue por el compromiso de estos partidos que hoy hemos normalizado la presencia equilibrada de mujeres y hombres en la política. Así pues, convendrá prestar atención a los cambios en los lenguajes, temáticas y talantes que puedan derivarse de esta nueva ejecutiva.

Volviendo a los acontecimientos de la pasada semana, parece que el congreso federal a la americana ha sido celebrado por quienes asistieron. De hecho, si no fuera por el omnipresente rojo, la presencia de foodtrucks, carpas y dj parecían construir una escenografía más propia del rodaje de una serie de Netflix que de un acto político. Y probablemente ahí radique el éxito. No en vano, el objetivo de un congreso como este es, además de mostrar músculo ante la ciudadanía, activar y cohesionar los cuerpos medios e inferiores.

Los superiores los damos por sentado. Pero serán, a la postre, estos cuadros medios e inferiores quienes tiren del carro electoral. Sabemos que la comunicación política ha avanzado mucho en nuestro país, pero todavía no hace milagros, mal que les pese a muchos. Ellos y ellas son quiénes con su tiempo, su dedicación y su salud mental –ríanse de los grupos de wasaps de mamás y papás en comparación con el de una agrupación local– activan la maquinaria electoral. A ellos y ellas apelarán cuando se dispare la presión política. Es cierto que todavía queda un trecho hasta 2023, pero mejor tener el partido preparado para un eventual baile de adelantos electorales, que esto de la política dominó multinivel todavía no ha dicho su última palabra. El congreso federal viene a ser un chute de energía, ilusión y empuje para sus integrantes. Es algo así como un pit stop en el que reforzar la cohesión interna, estrechar lazos familiares y compartir buenas prácticas orgánicas de los distintos territorios. Y si se adereza con Paquito el Chocolatero y una paella, ni tan mal. Además, el congreso federal, haciendo honor a su nombre, es el espacio para consensuar y establecer las líneas programáticas, aunque este es otro cantar.

Observando el éxito atribuido tanto al congreso socialista como a la convención popular, cabría presuponer cierta importancia de la arena valenciana en clave estatal. No porque goce de especial relevancia en la política del Estado, lo cual sería pecar de optimista, sino por ser un territorio simbólico para los partidos tradicionales. En el pasado lo fue para el PP, que ansía recuperarlo. Y desde el Botànic I, el socialismo quiere retenerlo. Esta ubérrima tierra nuestra, de luz y de alegría, reclama su protagonismo para los partidos del bipartidismo. Bueno, también podría ser que el caladero huérfano de Ciudadanos sea un buen incentivo político. El futuro dirá si conquistar el centro dual valenciano es la clave para abrir la puerta de la Moncloa.