Corría el año 2009, la reina Isabel II de Inglaterra se encontraba de visita en la London School of Economics y se permitió el lujo de preguntar, ante la presencia de tantos expertos, por qué ninguno había podido predecir la crisis financiera. La principal respuesta esbozada por ellos se resume en que fallaron en comprender las posibilidades del riesgo sistémico; en otras palabras, la inestabilidad del sistema financiero derivado del tipo de inversiones que en el mismo se llevan a cabo. Un año más tarde, el historiador y profesor Tony Judt publicó uno de sus últimos libros: ‘Algo va mal’. En él, reflexiona sobre cómo en las últimas décadas su alumnado le recriminaba la facilidad con la que su generación, la que vivió los sesenta siendo joven, adoptaba un marco ideológico estructurado con su respectiva propuesta de modelo. Desde la izquierda a través del marxismo anticapitalista; hasta la derecha, con un conservadurismo férreo. Lo que Judt recoge en su obra es que cada vez es más difícil adoptar un sistema estructurado de ideas y creencias, acentuándose, para dar paso a un sentimiento de incertidumbre e impotencia. Por último, el filósofo y crítico cultural Slavoj Žižek argumenta que según el imaginario colectivo actual es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del sistema económico actual. Sobre todas estas anécdotas subyace un mensaje: no hay una alternativa clara de modelo. Pero, ¿verdaderamente es así?

En contraposición a la crisis financiera del 2008, donde el riesgo sistémico no se percibió -o no se quiso percibir-, ya son evidentes los miles de informes que contienen información respecto a los efectos e impactos del cambio climático, hecho impulsado por la actividad del ser humano, principalmente a través de la emisión de gases de efecto invernadero. Sin ir muy lejos, el IPCC en su último informe explica hasta la extenuación las bases científicas de este cambio climático. La comunidad científica ha sido contundente y no ha dudado en afirmar que la acción del ser humano -principalmente nuestra estructura económica extractiva sobre la base de los combustibles fósiles- es inequívocamente la causa de esta situación de emergencia climática. ¿Qué tiene la política que decir al respecto?

Bajo esta maraña de datos se reúne en Glasgow la comunidad internacional en una conferencia cuyo asunto central es el clima. Será interesante observar el transcurso del evento, las posturas que toma cada país, sobre todo las principales potencias económicas como China y Estados Unidos, así como qué papel adopta la Unión Europea en el impulso de una transición ecológica. Se nos llena la boca con esta última palabra y suele ser traída a colación como el santo grial, pero tal vez sea hora de bajar a tierra las palabras, ser pragmáticos y ponernos a dibujar un futuro diferente con un plan de acción claro y coordinado. Es optimista pensar que todos los Estados y demás actores implicados van a llegar a acuerdos verdaderamente significativos, no como en el resto de cumbres en las que los compromisos eran irrisorios, pero el tiempo apremia y el margen de maniobra para salvarnos de los escenarios catastróficos es cada vez menor.

¿A qué nos aboca esta situación? A plantearnos la necesidad de construir nuevos modelos. Las ya desfasadas formas del siglo XX de entender la política y la economía no acaban de encajar en las necesidades del siglo XXI. Necesitamos nuevas ideas, nuevos paradigmas y nuevas inercias. En definitiva, necesitamos cambiar de mentalidad. Pero no estamos solos. Dentro de esta gran causa, los movimientos sociales ocupan un papel relevante, el de hacer de contrapeso, el de conseguir aunar voces en torno a la causa común del ecologismo. La participación social y el compromiso cívico deben ser pilares fundamentales que impulsen un cambio dentro de la sociedad. Una sociedad organizada es una sociedad que sabe reivindicar sus derechos y que se hace escuchar. No olvidemos que tenemos voz, simplemente tenemos que juntarnos para que se escuche alta y clara.