E l 12 de diciembre de 2015 tras cuatro años de negociaciones, se ratificaba por 196 países en el marco de Naciones Unidas el Acuerdo de París, tratado internacional vinculante jurídicamente en materia de cambio climático que entró en vigor el 4 de noviembre de 2016 con claros compromisos de reducción de emisiones de gases con efecto invernadero.

Este hito histórico en la lucha por el cambio climático conlleva promover el desarrollo de actuaciones que bajen las emisiones, evitando que el calentamiento global no superase la temperatura de nuestro planeta en 1,5 grados Centígrados con respecto a los niveles preindustriales de 1990, marcando así la senda para lograr la neutralidad climática con 0 emisiones en 2050. Todo esto significaba que no más tarde de esa fecha las emisiones de efecto invernadero deben reducirse un 90% respecto a las emisiones de 1990 asumiendo la Transición Energética el refuerzo del papel de las energías renovables en el mix energético de generación.

Esta transformación energética debe soportarse en pilares básicos como el económico con fuertes inversiones, en el tecnológico con nuevos entornos digitales, sin olvidar el imprescindible compromiso político y social que todo este cambio conlleva para que finalmente esta transición evolucione hacia una realidad sostenible en el futuro.

El Foro Económico Mundial edita cada año desde 2015 los Indicadores de Transición Energética (ETI´s) para 115 países. Es su Informe de 2021, Suecia, Noruega y Dinamarca lideran el ranking mundial, pero solamente Francia y Reino Unido se sitúan en el top 10 del grupo mundial G20. España ocupa la posición 17, nos queda un buen recorrido por delante en la senda de la sostenibilidad, la priorización de inversiones, el desarrollo de infraestructuras energéticas y el compromiso político y social con la Transición Energética.

Pero bajemos desde estas pretensiones por todos aceptadas a la arena, a la realidad, a la adopción de medidas e implantación de proyectos, a los enfoques sectoriales, decisiones políticas y aceptaciones sociales. Aquí es donde verdaderamente surgen los problemas, nacen las dificultades al cruzarse ideologías, intereses diversos y por qué no decirlo falta de sentido de estado ante un bien de ámbito global, escaso liderazgo y capacidades en muchas de las áreas que intervienen en el amplio proceso energético y medioambiental.

Una de las preguntas claves en el devenir de la Transición Energética, apunta al papel que deben jugar las diversas fuentes de generación de energía donde las renovables adquieren, como hemos dicho, un papel primordial sin olvidar que su naturaleza intermitente en la producción hace necesario sobredimensionar el sistema de generación. Aparecen las presiones de los gobiernos desarrollados sobre el uso de las energías fósiles carbón, crudo y gas, cuyos productores se revuelven subiendo precios con considerable descaro, provocando una fuerte volatilidad en el precio de la electricidad y el transporte.

En el ámbito de la producción hidráulica la desolación es total. De las 25 cuencas hidrográficas en nuestro país, a mediados de este año se eliminaron 85 proyectos planificados de embalses identificados como no viables, dejando en el Plan Hidrológico únicamente 10 embalses en su mayoría de laminación que evitan riesgos ante grandes avenidas. La previsión ministerial estima la reducción de los recursos hidráulicos un 5% en 2030 y un 15% en 2050. Para echarse a llorar.

La energía nuclear tiene su propio debate o mejor dicho ya está sentenciada a pesar de la subida de los precios de la electricidad. No deja de sorprendernos que mientras el mundo dirime su conveniencia; Bruselas planea incluir la energía nuclear entre las energías verdes de la Unión Europea; Francia da un nuevo espaldarazo a la energía nuclear construyendo nuevos reactores; las grandes fortunas de Bill Gates, Elon Musk y Jeff Bezos invierten como clara apuesta en nuevas tecnologías con mini reactores nucleares; nuestro país reniege de este tipo de fuente de producción de energía eléctrica, habiendo puesto ya fecha al cierre de las siete centrales que hoy de manera tan eficiente generan el 22% de la electricidad que nuestro país consume. Otra aberración energética de incalculables consecuencias.

Consideramos que la Transición Energética no se limita al cierre progresivo de plantas con combustibles fósiles carbón, gas y nucleares, promoviendo el sol y el viento en el corazón de la transición deteniendo así nuestra dependencia de las materias primas. Es el cambio de todo un sistema que nos lleva a un modelo económico e industrial libre de emisiones, nos conduce a una intensa electrificación que haga limpios sectores como el transporte, a la digitalización de las redes para una mayor eficiencia energética, al uso del hidrógeno verde como combustible del futuro, entre otras medidas para la sostenibilidad energética.

Para todo este proceso de Transición que claramente tiene un coste de transformación para la sociedad y las empresas, debemos estar preparados con una acción política coordinada y soportada con adecuadas estrategias, exenta de ideologías partidistas, buscando consensos e implicación social. Los ciudadanos somos parte esencial en la Transición Energética y debemos realizar un esfuerzo de adaptación al nuevo modelo de consumo que significa compartir, reutilizar, reparar, renovar y reciclar productos todas las veces que sea posible. ¿ Estamos preparados unos y otros, gobernantes y ciudadanos para este desafío?. La respuesta no es muy optimista pero no debemos escatimar esfuerzos para conseguirlo.