La aceleración de la inflación en los últimos meses nos afecta a todos los hogares como consumidores, como ahorradores y como contribuyentes. El efecto más inmediato es el que tiene que ver con el consumo, ya que la elevación de precios del 5,6 % merma la capacidad de compra de nuestros sueldos, pensiones u otras rentas procedentes de activos financieros o de alquileres percibidos. El IPC lo forma una media ponderada de 479 artículos que constituyen la cesta de la compra de los españoles. Entre ellos, las subidas de la vivienda y los componentes energéticos del IPC (20,6 %) por el encarecimiento de la electricidad (62,8 %), los carburantes (57,1 %) y del transporte (12,3 %) son los principales responsables del repunte actual, aunque los desabastecimientos en los mercados y los esfuerzos de las compañías por recuperar sus márgenes -tras sobrevivir a las dificultades de 2020- también han contribuido a la aceleración y persistencia de la inflación.

No es fácil predecir la inflación para los próximos meses pero los expertos auguran una estabilización de la inflación en su nivel actual para iniciar una desaceleración gradual a partir del segundo trimestre del año 2022. Suele suceder que la inflación sube con facilidad pero requiere tiempo reducirla, ya que normalmente exige enfriar la economía generando costes en forma de menor crecimiento y mayor desempleo.

Repuntes de inflación de niveles similares a los actuales -sin tanta repercusión mediática- han tenido lugar en la economía española hace bien poco; por ejemplo en 2009-11 al final de la primera de las recesiones de la anterior crisis, y en los años 2016-17 después de la recuperación de la segunda de las recesiones. Al cabo de un tiempo no muy largo se redujo a niveles mucho más aceptables.

Hace un año -coincidiendo con el año central de la pandemia, entre noviembre de 2019 y noviembre de 2020- el IPC presentaba caídas del nivel de precios (deflación). No era esta la primera vez que –en fechas recientes- los precios caían en España: lo hicieron en 2009 con la crisis inmobiliaria/financiera, y entre 2013 y 2016. Entonces lo que preocupaba era la deflación, porque constituía un indicador de atonía económica.

Desde la perspectiva de la política económica, ello obligaba a mantener tipos de interés muy reducidos que castigaban el ahorro. Tipos de interés próximos a 0 con la inflación al 5 % penalizan a los hogares ahorradores con consecuencias directas sobre el crecimiento de la economía y sobre el endeudamiento de las familias y de las empresas lo que las hace más vulnerables a futuras turbulencias financieras.

En la actualidad. el problema es el opuesto. Pero si suben los tipos de interés para enfriar la economía, y combatir así la aceleración de la inflación, se producen dos efectos poco deseables a corto plazo. Las empresas que se endeudan para invertir, y los hogares para financiar la compra de vivienda o bienes de consumo duradero, verán encarecerse las condiciones de los préstamos y reducirán o pospondrán sus decisiones de gasto con consecuencias negativas para la creación de empleo y el crecimiento.

Además, el principal deudor de todos que es el Estado -y Hacienda somos todos- verá encarecerse la financiación de la deuda pública presionando sobre el déficit público y reduciendo la capacidad de orientar el gasto hacia objetivos que refuercen la competitividad del país. En este proceso, los hogares -como contribuyentes al erario público- se benefician de la reducción del valor de la deuda pública como consecuencia de la inflación a costa de los tenedores de esa misma deuda cuyo valor desciende.

Como se desprende de lo anterior, la inflación y en particular su inestabilidad origina un gran número de desajustes y es por esta razón por la que los bancos centrales mantienen su objetivo de que fluctúe a medio plazo en torno a un nivel moderado del 2 % anual, sin conducir la política monetaria dando acelerones o frenazos que perturben a sus pasajeros: los hogares, las empresas y los gobiernos.

Las desviaciones al alza se enquistan en la economía porque dan lugar a revisiones en cascada de precios y salarios que son difíciles de erradicar. Por eso lo mejor es seguir convencidos de que si se produce un desbordamiento será pasajero y que pronto se regresará a la normalidad. Aquí radica buena parte del éxito de la política monetaria.