El discurso del rey Felipe VI, que redacta siempre el Gobierno de turno, ha abogado por el pactismo y la concordia entre españoles. Como se sabe, en algunas partes de España no se sienten españoles ni siquiera como segunda y complementaria opción. Son los periféricos unívocos. Por lo demás, la suave filípica de Nochebuena venía antecedida por el acuerdo a tres bandas entre la patronal, los sindicatos y el ministerio de Trabajo en torno a la reforma de la ley laboral, marco vigente desde el mandato de Mariano Rajoy. Una concertación con los representantes de los trabajadores que le está costando críticas internas muy serias al presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, un vizcaíno forjado en la metalurgia y el transporte marítimo.

El acuerdo, más allá de los puntos concretos del mismo que afectarán a las empresas, viene a desmentir y desacreditar los discursos apocalípticos del líder actual del PP, Pablo Casado, y su jefe de filas, el ciezano Teodoro García Egea, convencidos ambos de llegar con opciones a las próximas elecciones si generan un clima de crispación política permanente y fagocitan los restos del liberalismo que concitaba Ciudadanos. Casado y Egea confían en las encuestas, cuyo carácter predictivo contiene también efectos proféticos de autocumplimiento. Está muy contrastado que los muestreos estadísticos sobre intención de voto provocan un impacto inmediato en la opinión pública, favoreciendo a los ganadores y perjudicando severamente al llamado voto inútil o simbólico. El elector desea creer que su papeleta sirve para algo.

Esa es la terrible carrera de Ciudadanos hacia la nada y de la que quieren sacar provecho los dirigentes del PP. Las encuestas les certifican la parálisis de las huestes de Inés Arrimadas y su histriónico portavoz Edmundo Bal. El PP asciende por encima de los 100 diputados y obtiene más o menos una cifra semejante de apoyos a los del Partido Socialista. Según qué sondeos, los populares van en cabeza y se aprestarían a poder formar un nuevo Gobierno. Pero las expectativas del PP se han paralizado de un tiempo a esta parte, más o menos desde que comenzó la crisis interna de la calle Génova con Isabel Díaz Ayuso, periodista digital con anterioridad a su protagonismo político y mediático.

La demoscopia más reciente ha encendido las alarmas. El PP está estancado y con tendencia a la baja. Y se sabe que lo importante de las encuestas electorales es la tendencia, no el resultado cocinado, en especial cuando éste se ha sofrito como suele hacer José Félix Tezanos en el CIS. Y la inclinación ahora mismo es clara, todo lo que gana por su flanco liberal el PP lo pierde, y multiplicado, por su lado más derechista dado que la adhesión política a Vox, detenida tras las últimas elecciones, se ha vuelto a reactivar coincidiendo con la crisis popular antes referida.

El penúltimo sondeo conocido sitúa al PP de Casado en 105 diputados, y a Vox ascendiendo hasta los 65. Si la tendencia actual prosigue, los populares podrían no alcanzar el centenar de escaños y el radicalismo sobrepasar los 70. Al bloque conservador todavía le faltaría un ligero pellizco para llegar a la mayoría estable de 176 parlamentarios, pero pongamos especulativamente que consiguen esos apoyos de alguna plataforma de la España vaciada, de Navarra o incluso del regionalismo santanderino. Salvo que Santiago Abascal dijera lo contrario, el país estaría abocado a un Gobierno de coalición de derechas, pero no a uno semejante al actual del bloque de izquierdas, sino a otro mucho más repartido entre los dos socios.

La posición futura entre PP y Vox en poco se parecería a del PSOE actual con 120 diputados y su coalición con los 35 representantes de Podemos. Los socialistas, además, venían al alza, los podemitas a la baja. Y aunque les resultan necesarios los apoyos de buena parte del nacionalismo periférico, lo bien cierto es que Pedro Sánchez pudo y sigue pudiendo lidiar la situación cediendo tres ministerios menores y una vicepresidencia sin contenido a Pablo Iglesias. La situación ha cambiado ligeramente dada la relevancia actual del papel que juega en el Ejecutivo la nueva vicepresidenta Yolanda Díaz, cuyo renovado protagonismo les sirve, al menos, para frenar la caída de Podemos, por más que algunos gurús como Iván Redondo vaticinen un éxito sin precedentes para la ministra de Trabajo y sus aliadas femeninas en el resto del país.

Resultará obvio, en su momento, que Abascal y los suyos no caen de un guindo político y que exigirán bastante más poder de gestión en áreas bien visibles que el otorgado por Sánchez a Podemos. Una coyuntura así puede dificultar seriamente la gobernabilidad. La puede hacer imposible, incluso, si por una de aquellas Vox rebasa en número de escaños al PP. Enfrente tendría Casado a un líder socialista que debe el vuelco de su carrera política al célebre eslogan del «no es no, ¿qué parte del no, no entiende, señor Rajoy?», cuando Sánchez se negó en redondo (asesorado por Iván, nunca mejor traído) a inaugurar un periodo de «gran coalición» a la alemana entre los dos grandes partidos del país.

La tesitura, como se puede comprobar, no vaticina nada halagüeño para el panorama político del Año Nuevo por mucho que lo inauguremos con los valses y polkas vienesas que preludiaron el final del imperio tapón en Centroeuropa.