Dice la leyenda urbana que los españoles, gracias a la herencia musulmana, somos un país con estándares de limpieza altos. Por ahí fuera, en Europa y en Estados Unidos, el personal no está todo el santo día bayeta y escoba en mano barriendo su casita. Este umbral de la mugre se suma por otro lado a nuestra tolerancia a la acumulación, es decir, a los trastos. Somos un país barroco. El domicilio español, sea grande o chico, ha de colmarse de muebles y archiperres hasta su capacidad máxima y la moda del minimalismo aquí solo se pudo implantar porque existen los trasteros. El minimalismo para una familia española exige unas convicciones y una determinación de las que carecemos.

Esa afición nuestra por la higiene en casas atestadas, durante la pandemia ha sido un calvario más. Porque tener aseado un palacio rococó no es lo mismo que pasar el mocho por un loft. Y es que, entre muchas enseñanzas, la pandemia nos ha mostrado la diferencia entre lo limpio y lo sucio. Nunca habíamos visto tanto trapo y tanta lejía. Nuestra ropa nunca vio tanto jabón. Especialmente en el primer confinamiento, cuando no sabíamos cómo se transmitía el virus.

Durante estos casi dos años de mantener la casa, la oficina, el bar como una patena hemos descubierto que quitar el polvo es tocar tierra, que fregar es una manera barata de practicar el aquí y ahora que nos recomiendan los psicólogos y que frotar grifos es una forma de meditación activa. Responsabilidad, humildad, dignidad, modestia, todas estas virtudes se me vienen a la mente según paso la aspiradora y reparo en que toca cambiar la bolsa y no he comprado repuesto. No en vano la limpieza de la propia celda es parte de regla de muchas órdenes religiosas; limpiar el templo es el primer movimiento budista hacia el equilibrio mental; y las mujeres africanas barren minuciosamente cada mañana su hogar por el bien de los espíritus de los antepasados. De la Bauhaus al Tao pasando por el islam, son numerosos los movimientos culturales que incluyen la limpieza como parte de sus ritos y su filosofía. Y es que la limpieza te invita a la fe y a la toma de conciencia. Si limpias, la próxima vez te lo pensarás dos veces antes de ensuciar. Si limpias, es que confías en el futuro y deseas hacer hueco para él. No hay más que pensar en lo que nos ocurre cuando estamos deprimidos y desesperanzados, pasar por la ducha y recoger el cuarto es lo último que nos apetece.

Me ha gustado que nos hayamos vuelto más limpios aún durante la pandemia. Tener la casa limpia ya no ha sido un capricho de madres pesadas y hemos incorporado el ritual. No está nada mal hacernos cargo por fin de la polvorienta huella que dejamos en el mundo. Enjabonarnos las manos y cuanto toc,amos, es una forma de conjugar el plural: frente al yo ese nosotros a menudo invisible que tanta falta hace.