A Cristina Pedroche no le sentaron bien las campanadas de Nochevieja y por ello decidió alejarse temporalmente de las redes sociales. A la presentadora no le bastó el «éxito» de audiencia —fue la que más espectadores tuvo —para disfrutar su bonne vie ya que le llovieron tantas críticas a diestro y siniestro que acabó atragantándosele su calva y su habitual estrafalario vestido. No es sorprendente que las críticas nos afecten —mucho más si uno se expone a ellas como una piñata destinada a recibir palos —, pero sí sorprende que le afecten a Cristina, quien en los últimos años ha visto crecer su fama a fuerza de controversia y provocación casi sin inmutarse. Sin embargo, como dice el refrán, no todo lo que reluce es oro.

Como declaraba en una reciente entrevista Benedetta Barzini —exmodelo y profesora de antropología en la Universidad Politécnica de Milán—, las generaciones más jóvenes viven atrapadas en el ansia del dinero y del éxito. Es algo fácilmente constatable por cualquiera que tenga hijos jóvenes o interactúe con ellos. La Meca de las generaciones que se están horneando actualmente ven en los influencers el paradigma de los que les gustaría ser — tener —en esta vida: fama, dinero y, por supuesto, con rapidez. Sin embargo, la anécdota de Cristina Pedroche me viene al caso para poner sobre la mesa algo que quizás nosotros mismos ya hemos experimentado en nuestra propia vida: el alcanzar la felicidad nada tiene que ver con el éxito a cualquier precio.

Me preocupa ese efecto espejismo que proyecta esta sociedad consumista y ególatra en nuestros jóvenes. Ellos son más que sensibles a esos seductores cantos de sirenas o a esas inimaginables arenas movedizas. En la mayoría de los casos, persiguen futuros fracasos envueltos en papel de regalo. El «cuanto más rápido y más cuantioso, mejor» oculta ese proceso tan necesario para fortalecer las alas con las que volarán en la vida: el esfuerzo.

No niego las máximas aspiraciones, ni las bondades de una posición económica acomodada que nos dé muchas opciones en la vida. Más bien se trata de no poner como meta el tener por tener, lo material como panacea. Rafael Badziag, en su libro El secreto multimillonario, entrevistó a 21 ricos de todo el mundo y constató que solo el 1% es más feliz que la media, y no por ser ricos. Esto es algo que de por sí podemos comprobar desde nuestra propia constatación si abrimos bien los ojos y vamos más allá del maquillaje de las redes sociales. En un reality show de ricos y famosos solo habría que decir: «pasen y vean, señores».

Desde mi punto de vista, lo verdaderamente importante es superarse a sí mismos y luchar por objetivos que nos aporten algún sentido vital. Es una urgencia social educar a nuestros jóvenes desde este enfoque. El éxito así será una píldora vivificante que nada tiene que ver con el efecto lotería a bajo coste que ellos instalan en sus quimeras. Como Cristina Pedroche que, quizás, en su tierna juventud una vez soñó con dar la campanada una Noche Vieja. Pero todo tiene un precio. A veces, el precio de la felicidad.