“Dice la tradición que cada vez que abrazamos de verdad a alguien, ganamos un día de vida.”

Paulo Coelho

 

La pandemia se ha llevado por delante una buena parte de nuestra cultura, de nuestro pasado y de nuestros afectos. Nos ha traído el miedo, la incertidumbre, la desconfianza, y, como ahora ya ha quedado patente incluso en las políticas actuales de nuestros gobiernos, un grave problema de salud mental en las distintas capas de la población. Tampoco en este campo la pandemia ha sido inocua.

Y ha dejado también un penoso problema en nuestras relaciones y nuestro día a día: “la distancia de seguridad”, la separación y el rechazo ante cualquier contacto físico. No nos tocamos, y muchas veces, apenas nos reconocemos.

La vida a través de una pantalla, la interacción en el teletrabajo, la falta de vínculo físico, dejará, qué duda cabe, secuelas que cuando esto pase, y pasará, debemos esforzarnos por atajar. Incluso perdiendo el pudor a comunicar con palabras lo que el cuerpo no puede, hasta que superemos el miedo al abrazo.

 El 21 de enero se celebra el Día Internacional del Abrazo. Y no, no es una celebración surgida de la pandemia. Se viene celebrando desde 1986, impulsada por el estadounidense Kevin Zaborney, que quiso poner de relieve la necesidad de afecto y de sus manifestaciones, en una sociedad como la de Estados Unidos –y en otras de raíz anglosajona- poco dada a las manifestaciones públicas de calidez humana. Comenzó a celebrarse en una pequeña localidad de Michigan, y se popularizó gracias a su difusión en el Calendario de Eventos Chase.

Pero 35 años después de la institucionalización del Día del Abrazo, su conmemoración se vuelve especialmente significativa en la coyuntura que todos sufrimos. Y no solo nos referimos al “hambre de piel”, a la necesidad de volver a sentirnos en contacto. Nos referimos, una vez salgamos de la crisis global que nos ha alcanzado tanto en lo social como en lo económico y cultural, a promover desde la posición que cada uno ocupemos, la vuelta al abrazo a los demás. La búsqueda de la justicia. La búsqueda y el abrazo a los derechos de otros, que Fundación por la Justicia proclama en su eslogan y exige en sus compromisos.

Octavio Paz recogió en 1990 su Premio Nobel de Literatura. Y se dirigía a la Academia Sueca con un discurso profundo, visionario, que cuatro décadas después cobra dolorosa vigencia. Para el poeta mexicano la humanidad estaba asistiendo entonces no solo a un fin de siglo, sino al fin de un periodo histórico. Y dudaba: “¿Amanece una era de concordia universal y de libertad para todos o regresarán las idolatrías tribales y los fanatismos religiosos, con su caudal de discordias y tiranías?”

Ahora mismo, en una crisis sanitaria y global sin precedentes, se hace necesario impulsar la concordia y el abrazo frente a las temidas discordias y tiranías. Las desigualdades –que siempre han estado ahí- se han hecho más evidentes. La sima entre el llamado Primer Mundo y los países menos favorecidos se ha agrandado. Inmersos en el miedo y el aislamiento, no vemos los derechos de los otros.

Quizá el abrazo, el eslabón mano a mano, ayude a salvar la sima.

Desafiemos a las renuncias, desafiemos a la soledad, a la distancia y al abandono y, cuando el miedo pase, volvamos a abrazarnos. No solo el 21 de enero de cada año, aunque también.