Por qué tanta gente necesita la experiencia de Vox? ¿Por qué todo parece avanzar hacia un escenario en el que ese partido gobierna? Dudo que la respuesta a estas preguntas lleve a una estrategia capaz de revertir las actuales tendencias. Suponemos que, en el momento de máxima urgencia electoral, el bloque de gobierno recurrirá al miedo para fidelizar a sus votantes. Será una estrategia menos eficaz cuanto más tiempo pase. Hasta entonces, seguirá inmerso en la difícil tarea del buen gobierno, que consiste en hacer cosas como subir el salario mínimo y sacar adelante la reforma laboral. Sin embargo, el verdadero problema que uno empieza a vislumbrar es que, buena o mala, la acción política del PSOE y Unidas Podemos no explica la efervescencia de Vox. Nada de lo que han hecho justifica la meteórica popularidad de este partido de extrema derecha. No veo una relación de causa y efecto. Ni siquiera el PP está en condiciones de controlar esa tendencia. Un factor se nos escapa. Admito mi perplejidad, pero me arriesgo a ofrecer la siguiente lectura.

Uno de los inconvenientes de tener una larga historia a las espaldas es que uno siempre encuentra, en el pasado, razones disponibles para caracterizar cualquier opción presente como error. La máxima de que quien desconoce su historia está condenado a repetirla, obvia la pregunta de lo que significa vivir con la espada del error pendiendo sobre nuestras cabezas. No se aprecia hasta qué punto, durante la última década y media, el error se ha empleado como un concepto disciplinario contra la ciudadanía. Ha sido funcional para el neoliberalismo y la popularización de su meritocracia específica. A través de una visión mercantil que seleccionaba las vidas que merecían florecer y las que no, el error y su condena han sido herramientas de presión para empujar a los ciudadanos hacia una lógica productiva que maximizaba su capital humano a la vez que consumaba la máxima pobreza de experiencia imaginable. Las vidas se convertían en una cadena febril de actividades que no tenían otro sentido más que llegar a final de mes.

La amenaza del error también se ha empleado para evitar la posibilidad de una experiencia política genuina. Ya pasó con el primer Podemos, cuando los grandes medios insistieron en que todas sus propuestas eran equivocadas, en que darles apoyo era un error peligroso, en que ninguna de sus ideas podía ser integrada en el sistema. Han pasado cinco años y, después de criminalizar al grupo parlamentario por entero, hoy forma parte del gobierno de coalición. Lo que antes fue un error parece que ha dejado de serlo. ¿De verdad lo era?

El concepto de error también fue instrumental para imponer las políticas de austeridad europea, que se hacían acompañar del acrónimo TINA: There Is No Alternative. Que no había alternativa significaba que todo lo que no fuera austeridad era un error. Pero de pronto se desató la pandemia y todo lo que había sido un error dejó de serlo. La inmensa deuda acumulada podía crecer dando otra vuelta de tuerca a la expansión cuantitativa. Había dinero donde antes no lo había. ¿Lo hubo siempre?

A mi modo de ver, la pandemia ha sido la experiencia sobre la que una inmensidad de personas ha construido nuevas certezas. Entre otras cosas, ha sustraído a este gobierno la posibilidad de construir una genuina experiencia política. La opinión pública hoy se escandaliza de que tanta gente no crea en la efectividad de las vacunas, no sepa que la inmigración aporta más de lo que recibe, ignore todo lo que el estado de las autonomías ha hecho por fortalecer la constitución material de este país, hasta el extremo de que hoy se plantee desbaratarlo. Todas estas cosas las conoce el votante de Vox: lo que sucede es que no significan nada para él. No tienen peso. Puesto que no han generado experiencia, son informaciones que sucumben fácilmente a otras. La misma dinámica se aprecia en el ciclo de las fake news.

El votante de Vox va a la búsqueda de una experiencia política nueva que, en medio de la máxima pobreza de experiencia del neoliberalismo, ha encontrado un suelo rocoso y primario en los años de la pandemia, que ha impuesto nuevos criterios y evidencias. Una de ellas es que nadie, ningún hecho, ninguna noticia, ningún argumento, va a convencerlo de que con ese voto está cometiendo un error. (Esto no sucedió con los votantes de Podemos, por cierto.) Saben demasiado acerca del uso discrecional que se hace del concepto de error como para seguir creyéndoselo. Para los afines a Vox, la evidencia de que su apoyo a este partido es un error —como estoy seguro de que lo es— tendrá que destilarse de su propia experiencia de gobierno.

Mientras tanto, la pregunta que cabe hacerle al PSOE y a Unidas Podemos es la de cómo van a aprovechar la remisión de la pandemia para ofrecer una experiencia política reformista a aquellos que les votaron.