El fatal desenlace que, de momento, toman los acontecimientos en Ucrania retrocede el reloj de la historia casi 80 años. A un viejo orden mundial que ya habíamos dado por superado pero que deviene pesadilla. La crónica de este conflicto, retransmitido minuto a minuto en directo desde hace semanas, nos mete de lleno en la noche más oscura. Nunca la violencia, ni el tomarse la justicia por la fuerza, ha sido la solución para ningún contencioso. Tengo muy presente por mi profesión que siempre es mejor un mal acuerdo que un buen pleito. Aunque aquí no se busca ningún acuerdo sino una violenta imposición.

Así las cosas, es necesario plantar cara a esta agresión de forma decidida. Pero no con los mismos medios militares que utiliza Rusia sino con los mecanismos de coerción económica y diplomática que deben llevarse hasta sus últimas consecuencias. Las democracias occidentales, en mi opinión, no mostrarán debilidad al hacerlo sino, antes al contrario, enseñarán al mundo que los acuerdos están para cumplirse. Esta es la primera lección que se obtiene de la actual situación ucraniana. La segunda lección proviene de la comunidad internacional, que ha de exhibir una unidad sin fisuras en su estrategia.

No es hora de tacticismos ni de mirar para otro lado por extraer futuras ventajas competitivas. Hasta el momento, y nos congratulamos por ello, la Unión Europea ha respondido con una cohesión que inspira confianza. Con su máximo responsable al frente, el Alto Representante de exteriores y seguridad de la UE, el socialista Josep Borrell, ha marcado el camino. Que no es otro que el fin de las hostilidades militares y la inmediata retirada de las tropas rusas del legítimo territorio ucraniano. De lo contrario, Rusia se expondrá a ser considerada como apestada por la comunidad internacional. Aislamiento económico y cordón sanitario diplomático que deberían redundar en su inmediata exclusión o suspensión temporal de organismos e instituciones supranacionales.

Como socialista y pacifista convencido debemos aprender, en este funesto momento del complicado siglo XXI, alguna importante lección más. La actual operación militar rusa en Ucrania, como hemos consensuado en la declaración de Les Corts, viola todos los principios que la Federación de Rusia se comprometió a defender en tratados internacionales para el cumplimiento del derecho internacional. O será que el sempiterno autócrata de Rusia, casi un cuarto de siglo dirigiendo ese gran país, aún crea que rige los destinos de su añorada URSS. Un acrónimo que quienes tengan menos de 40 años no sabrán ni su significado.

Pero lo que nadie debería desconocer es el Holodomor. Se trata de una palabra ucraniana que significa ‘matar de hambre’. Y remite al genocidio que practicó Stalin con Ucrania hace ahora casi 90 años a causa del cerco económico y civil al que las sometió el dictador soviético. Las cifras, sin exactitud por la oposición rusa al acceso a sus archivos, oscilan entre 3’5 y 10 millones las personas que murieron, literalmente, de hambre. Y todo, en aras a la rusificación de Ucrania, en esa época territorio de la URSS.

Como última lección de hoy, no perdamos de vista a las primeras víctimas de este acto de fuerza. Se trata de quienes ya están cayendo bajo el fuego cruzado. Necesitarán ayuda y corredores humanitarios, con la mayor urgencia, para evitar un desastre de proporciones mayúsculas. Un extremo que solicitamos en la declaración de Les Corts para que el gobierno central y el Consell colaboren para facilitar el retorno de valencianas y valencianos residentes allí. Finalmente, no olvidemos tampoco a la verdad. Porque ya se sabe que la certeza de lo que sucede sobre el terreno es otra de las grandes víctimas de un conflicto armado.