El día 7 de marzo asistí a la proyección del documental Mujeres que no callan de Núria Garrido (2022). Escuchar el testimonio de las estudiantes acosadas, en el lugar de la proyección, el aula magna de la misma facultad en la que sufrieron acoso, la mía, resultó desgarrador. Las víctimas de violencia de género en la UJI que presentan su testimonio señalan que la agresión conmociona, además, porque procede de quién nunca la esperarías: de tu profesor. Señalan como el abuso sexual las paraliza, las deja en estado de shock.

Las estudiantes plantean algo muy evidente, ¿es normal que un acosador sexual reincidente siga dando clase, aunque haya cumplido con la sanción que se le impone, de acuerdo con el Protocolo UJI contra el acoso?. Es una pregunta legitima y habrá que darle una respuesta. Y habrá que saber cómo hacer las preguntas a quien denuncia. A una de las estudiantes, con la excusa de enseñarle un recurso educativo concreto el profesor la lleva a un aula, cierra la puerta, la abraza fuertemente, sin su consentimiento, y ella nota su erección. Ante esto a la estudiante cuando denuncia se le preguntó cómo la había notado si ella tenía menos estatura. ¿A quién se le ocurre hacer este tipo de pregunta a una víctima de violencia de género?. Otra estudiante denuncia los tocamientos en su culo y sus genitales del mismo profesor, también sin su consentimiento, decide denunciar y en el rectorado le afean que su denuncia se haya cursado por escrito y no en una conversación.  A partir de todo lo que explica la intención de silenciamiento es clara. Resulta aberrante en una universidad pública.

El documental no incide por primera vez en el tema, lo que hace es añadir nuevos testimonios a otros anteriores, porque la Violencia de Género en la UJI quedó documentada y demostrada por primera vez en 2008 en los resultados del proyecto de I+D Violencia de género en las Universidades Españolas, ya hace catorce años. En la investigación, dirigida por la doctora Rosa Valls del CREA de la UB, se incluyeron testimonios y voces de mujeres y hombres del estudiantado, del profesorado y del PAS (Personal de Administración y Servicios) de la UJI, dentro de una investigación que abarcó seis universidades distintas. También se elaboró una guía de prevención y atención de la violencia de género en las universidades incluyendo las principales contribuciones internacionales que, hasta ese momento, internacionalmente justificaban la necesidad de abordar el problema con medidas específicas. Entonces no existía nada. Los primeros protocolos se aprueban en 2010. Desde el momento inicial personas miembros del equipo investigador y, también, quienes dieron apoyo al proyecto, sufrieron un acoso que se ha prolongado en el tiempo afectando vidas y trayectorias profesionales. Y es que en la Academia el tema era un tabú y el acoso iba unido a acosadores con mucho poder y a las personas que les apoyaban.

Otro documental marcó en 2016 un punto de inflexión The Hunting Ground. The Inside Story of Sexual Assault on American College Campuses de Kirby Dick y Amy Zierin, porque impulsó cambios legislativos en EE. UU. y visibilizó un grave problema, la cultura de la violación, en los campus universitarios estadounidenses y un grave problema, la negativa reiterada de las personas con poder de actuación real en las universidades para admitir el problema. Una de estas mujeres ante la cámara señala que proteger la imagen de la institución es lo primero, olvidando que lo primero es la protección de las personas que integramos la comunidad universitaria, la protección de las estudiantes frente a los agresores. El nombre del documental resalta la impunidad de muchos agresores que convierten, literalmente, sus campus en su coto de caza. En la UJI también ha ocurrido.

En relación con la Universidad española no podemos olvidar un documental imprescindible, Voces contra el silencio  (2017), producido por TVE, con guion de Curro Aguilera y realización de Enrique Pérez Cabezas, con el que diversas mujeres que habían sufrido acoso, abuso o agresión sexual quisieron romper ese silencio. Aparece, entre otros, el testimonio de Ana Vidu, una de las impulsoras del MeToo Universitat. Este documental fue premiado en el World Media Festival de Hamburgo con el Globo de Oro en 2018.Es muy importante resaltar lo que su guionista y realizador, Curro Aguilera expresó : “Mientras nosotros estábamos en contacto con víctimas y conocíamos de primera mano historias terribles amparadas, por ejemplo, en el poder de instituciones tan poderosas como la Universidad, desde algunos medios de comunicación de gran difusión veíamos como se trabajaba a favor de los acosadores reclamando una supuesta imparcialidad. Me parece impresentable”. Todavía este tipo de periodismo, por llamarlo de alguna manera, sustituye a la información contrastada, a la búsqueda de la verdad para acabar con la impunidad de los acosadores por noticias que van en contra de las víctimas y de quienes las defienden.

En el caso de la UJI cuando los casos visibilizados por Subversives en 2021 aparecen, muchas personas intentamos buscar alternativas viables para ayudar a las víctimas y para fomentar denuncias que pudieran visibilizar a los agresores para acabar con su impunidad. Hablamos de acosadores de estudiantes que ya han sido sancionados y, además, han cumplido su sanción de acuerdo con el Protocolo UJI contra el acoso. Como nunca hemos hablado con las victimas porque no sabemos quiénes son, no podemos añadir más. Con la ley en la mano la universidad no puede ir más allá, pero no podemos detenernos ahí. Y la Universidad tiene mucho que hacer si quiere que no se produzcan más víctimas.

El Protocolo se puede mejorar incluyendo todo lo que la investigación ha demostrado que sirve contra la violencia de género en la Universidad. Por esa razón cuando las normativas o las leyes resultan insuficientes, debemos seguir trabajando para cambiarlas y, así, garantizar que la impunidad de los acosadores acabe. Seguimos buscando alternativas y proponiéndolas a quién corresponde como la inclusión en la normativa de la UJI de la Violencia de Género Aisladora, aquella dirigida por los acosadores, o quienes les apoyan, contra las personas que apoyan a las víctimas de violencia de género en la universidad, para impedirles de esta manera proteger a las víctimas y, por tanto, aumentar su vulnerabilidad. Es muy importante para lograr la ruptura del silencio en el profesorado, por ejemplo. En el código ético de la UJI aprobado en 2017, en el artículo 3. Punto 3.1., se incluye que el profesorado debe actuar con dignidad en su actividad académica y profesional actuando contra cualquier situación de acoso. El silencio no es una alternativa. Cometer acoso va en contra de nuestro código ético. Consecuentemente, habrá que evitar que se acose a quienes se posicionan junto a las mujeres acosadas. La sensibilización y formación sobre el tema incluida curricularmente es necesaria.

A lo largo de los años las denuncias internas en la UJI han propiciado que se conociera a profesorado con cargos de poder que impedían acceder a información relevante para aportarla a procesos en los tribunales de justicia o que impedía a investigadoras desarrollar su trabajo justificado en otras universidades, en algún caso los sindicatos a partir de estas denuncias han propiciado cambios en la normativa para que no les ocurriera lo mismo nunca más a otras investigadoras. Es un avance. Sin embargo, a los acosadores se les daba también más poder, o quedaban impunes.

En el documental Mujeres que no callan mientras se habla de los abusos a las estudiantes que se narran en el documental, aparece una imagen de uno de los carteles que cuelgan en la UJI donde aparece escrito “UJI. Espai Segur”. Ciertamente no lo es. Que la fiscalía,  en su investigación solicitada por la UJI, no haya encontrado indicios de que las denuncias presentadas muestren casos evidentes de violencia de género, visibiliza que el tema de las denuncias, anónimas o insuficientemente documentadas, puede resultar un escollo que se debe superar.

Patricia Melgar, reconocida investigadora en violencia de género y una de las integrantes del MeToo Universidad, en la conferencia de clausura del congreso CICFEM 2022, celebrado a principios de marzo, subrayaba que Feminista es quien actúa a favor de las víctimas y supervivientes. La falta de denuncias señalaba, tiene causas concretas que la investigación ha mostrado con datos muy claros, como el ambiente adverso y la culpabilización de las victimas cuando la universidad silencia el problema y no se implica en la gestión del caso, o cuando da respuestas como la omisión de ayuda o favorecer el desplazamiento geográfico de la victimas en lugar de impedir la impunidad del agresor. En el documental Mujeres que no callan ambos casos se evidencian en los testimonios de las víctimas, referidos en el tiempo a otros equipos rectorales de la UJI. Ningún-a responsable de la universidad debería nunca pedir silencio a las víctimas, sino actuar con todas las medidas a su alcance contra el agresor. Eso es lo que ocurre cuando se ignoran las evidencias científicas, como evidencia la profesora Melgar. Muy al contrario, deberían contar en la resolución del problema con las voces de las supervivientes. Melgar destaca, además, que el silenciamiento de las victimas afecta a personas con poder tanto de la derecha como de la izquierda.

El MeToo universidad parte de una red solidaria de víctimas de violencia de género en las universidades que muestran que las víctimas se pueden convertir en supervivientes y transformar la situación. Llevar la voz de las victimas al debate público es muy importante.

Siempre hay que denunciar, visibilizar y presionar a la institución para que el problema se solucione, e iniciar un debate público, así lo muestran las acciones que han logrado la transformación de la situación. Creo que esa era la intención de Subversives. Pero no todo vale. Si cuando unas profesoras solicitan reunirse con las estudiantes para hablar con ellas, porque están preocupadas por el tema y quieren actuar a favor de las víctimas, en la reunión se graba su voz, sin que lo sepan, sin pedirles permiso, y ese testimonio se incluye en el documental, como ha sido el caso, además de que existe un problema ético relevante, se dificulta gravemente que, en lo sucesivo otras profesoras tengan iniciativas o acciones parecidas. En lugar de favorecer la toma de posicionamiento de más profesoras, lo que se potencia es alejarlas. Y eso va en contra de la toma de posicionamiento del profesorado que necesitan las víctimas, va en contra de la necesaria movilización. Hay que jugar limpio. Siempre. Y más en un contexto en el que el silencio es evidente. Si realmente queremos trabajar contra la violencia de género ampliando el número de profesoras que se movilicen, que pasen a la acción, no se puede convertir ningún espacio compartido en inseguro y, mucho menos, en nombre del feminismo y/o de las víctimas.

Las personas con poder que silenciaron la voz de las víctimas no incluyen a la mayoría del profesorado. En el coloquio del documental surgieron preguntas en torno a posicionamientos relacionados con figuras institucionales concretas. No somos otras personas quienes debemos contestar por ellas, sino que esas preguntas se deben hacer a las personas que deben responderlas.

El resto de profesorado hablamos en nombre propio y somos responsables de nuestras propias acciones. Por eso, como el cambio no ha venido desde las estructuras de poder en aquellos lugares en los que se ha logrado romper el silencio, y son un ejemplo para seguir, debemos favorecer acciones que lo logren. Desde Metoo Universitat, por ejemplo, han propuesto que el Proyecto de la ley de Ciencia de Cataluña incluya un apartado sobre las violencias machistas en las universidades, institutos y centros de investigación. La profesora Melgar remarcaba que, puesto que de una Ley de Ciencia se trata, deben incluirse las medidas contra la violencia de género avaladas por las evidencias científicas, y que estas se lleven a la práctica, por ejemplo, en la formación que se realiza en las universidades, desde el rigor, desde lo que la investigación ha demostrado que realmente transforma esa violencia y hace que la impunidad desaparezca y/o se reduzca de una manera drástica. Y ya se sabe lo que hay que hacer para conseguirlo. Cuidar y proteger a las víctimas no implica solamente darles apoyo moral, también implica , como señala Rosa Valls (2022), trabajar para que toda esta investigación se conozca, movilización , incluir en las comisiones  que abordan la violencia de género a personas con la formación de rigor necesaria para no cometer errores graves y saber tratar adecuadamente a las víctimas, porque, como defiende Valls: “echar la culpa a que las víctimas no denuncian ante la justicia, ante las comisiones de igualdad, es revictimizar a las víctimas. Es la institución universitaria la que tiene que cambiar sus formas de actuación”. Para transformar la Violencia de Género es necesario el compromiso institucional.

Lo preocupante es que los testimonios de estudiantes que aparecen en el documental Mujeres que no callan ocurrieron hace tiempo, con otro equipo rectoral en el gobierno de la UJI. Subversives afirman que siguen existiendo actualmente otros casos. Las creemos. No podemos llegar a las victimas para darles soporte y ayuda. Porque no sabemos quiénes son.

El diálogo, cuando se tiene una auténtica intención de dialogar, todo lo transforma. Hace muchísima falta. Necesitamos tejer puentes entre todas las personas que estamos en contra de la Violencia de género en la UJI; necesitamos que las personas que tienen miedo de, a su vez, ser acosadas si apoyan a las víctimas, no se sientan amenazadas porque la legislación y la normativa de la UJI las proteja; necesitamos que las víctimas no se sientan cuestionadas, ni deslegitimadas, ni doblemente victimizadas. Si no denuncian con nombre y apellidos es por las razones que la investigación ya ha demostrado y es nuestra obligación, la de toda la comunidad universitaria transformar la situación. Si no lo hacemos, como señala Ruth Milkman, queda claro que, si no somos parte de la solución, somos parte del problema.