La experiencia nos dice que las guerras suelen empezar por la intolerancia a la diversidad del otro, lo que impulsa el afán de posesión y la intención de dominio. El territorio ucraniano como escenario de un conflicto armado generará múltiples fracturas políticas, personales, económicas y sociales, contribuyendo así a conmocionar la vida de numerosas víctimas sin que ellas puedan volver a su vida "normal".

Sin embargo, las consecuencias inmateriales centradas en las vivencias de las víctimas dejan una huella estigmatizada que no son ni pueden ser ignoradas por la comunidad internacional. Y en eso quiero enfatizar en este artículo. Hace unos días pude comprobar

como en la clase de castellano para extranjeros que imparto en la EPA de Requena asiste regularmente una alumna rusa, de San Petersburgo. El día 8 de Marzo asistieron por primera vez a la clase de lengua dos mujeres refugiadas de la guerra de Ucrania.

Cuando la alumna rusa escuchó la voz de una chica ucraniana inmediatamente se  desplomó. Comenzó a llorar desconsoladamente ante la tensión y el desespero y levantándose de la silla se dirigió hacia ellas y se fundió en un fortísimo abrazo. Era un llanto difícil de expresar con palabras. Esos abrazos, ese llanto era una señal de que estaban vivas y que antes de terminar la guerra intentaban fraternizarse en el diálogo y la confianza mutua.

Por mi parte, debo decir que hacía muchos años que no sentía una emoción tan fuerte. Con lágrimas en los ojos salí un instante al pasillo dejándolas a las tres solas. Comprendí que mis lágrimas no eran de dolor, sino de profunda emoción y alegría. Cuando instantes después entré de nuevo en clase observé cómo se intercambiaban los números de teléfono. Comenzaba un camino entre ellas de solidaridad.

El respeto, la amistad de estas tres mujeres debería ser un ejemplo en el horizonte de la esperanza. En la oscuridad de la guerra, ese gesto de solidaridad sí que es una opción valiente y heroica porque el mundo no necesita palabras vacías, actitudes prepotentes, situaciones belicistas sino individuos convencidos, artesanos de la paz abiertos al respeto y al diálogo sin exclusión, condiciones ni manipulación.

Ellas, envueltas aún en abrazos, no cesaban en reivindicar un diálogo entre sus naciones para buscar una solución pacífica más allá de los intereses políticos, aventuras imperialistas y opiniones diferentes.

Vladimir Putin, junto a sus colaboradores políticos y militares, debe saber escuchar al otro, respetar las decisiones libres del pueblo ucraniano hasta el punto de reconocer en el enemigo "el rostro de ciudadanos humanos".