Cuántas veces escuchamos estas palabras en boca de niños, niñas, mujeres y hombres ucranianos de todas las edades, en nuestro acercamiento solidario a su dolor, a raíz de la catástrofe de Chernóbil! Porque para todos ellos, como nos demostraron, Ucrania es mucho más que una pieza destacada del ajedrez geoestratégico mundial; mucho más que un Estado independiente y mucho más que la tierra dolorida de sus antepasados, tras el genocidio por hambre de Stalin en 1932 y la invasión de Hitler en 1941, que juntas, dejaron más de una decena de millones de muertos; o la tierra y los miles de vidas sacrificadas en su presente más cercano en el accidente nuclear de Chernóbil, por la absurda e incompetente burocracia soviética.

No será fácil doblegar la capacidad de resistencia de un pueblo valiente y orgulloso de sus valores, como es el pueblo ucraniano, que encarna en la figura materna, su esencia, sus sentimientos identitarios y hasta su propia piel. Y se equivoca Putin, si piensa que su invasión va a ser un paseo militar de prepotencia y matonismo, por mucho que pueda tomar el poder y sembrar el terror. Los hechos parecen empezar a demostrarlo. El pueblo ucraniano nunca se rendirá y hoy más que nunca reclama y necesita la solidaridad y la ayuda de todas las naciones civilizadas del planeta. El pueblo ucraniano debe saber que nunca estará solo, por mucho que la prudencia y la sensatez políticas nos exijan calibrar cada paso en el proceso militar de esta agresión. La sociedad civil debe movilizarse y los poderes públicos deben crear programas de ayuda y asistencia estables a los refugiados, que permitan canalizar satisfactoriamente esa resistencia frente al invasor. Se necesita coordinación, eficacia y humildad de acción. Todas las banderas y emblemas solidarios son necesarios; pero nos enfrentamos a una carrera de fondo, no a una espectacular prueba de velocidad. No se trata de ver quién llega primero. Se trata de que lleguemos todos y de crear caminos para que todo el que quiera ayudar pueda hacerlo, y de que todo el que necesita ayuda, la reciba de forma suficiente.

Después del fracaso frente al drama de los refugiados de la guerra de Siria, la crisis humanitaria del pueblo ucraniano pone a Europa ante el dilema de su ser o no ser. Al fin y al cabo, veamos el aspecto positivo de esta tragedia, ante una oportunidad de oro para superar las políticas del odio, la intransigencia y el egoísmo; quizá ante la última ocasión para construir una Europa unida desde el encuentro con el dolor de todas las víctimas inocentes de violaciones a los derechos humanos y los crímenes contra la humanidad, y desde la memoria de ese denominador común del totalitarismo, que como señalaba Géraldine Schwarz, hemos conocido tanto en el este como en el oeste, pero también, junto con la apatía ante el crimen, el peligro del conformismo, de la ceguera y la amnesia.

Hace ya casi treinta años, iniciamos un camino apasionante que pudiera unir a nuestros lejanos y desconocidos pueblos, superando fronteras y barreras idiomáticas, en la experiencia del programa de solidaridad con los niños y niñas y las familias de Ucrania que asumimos desde Abogados Sin Fronteras, y que después otras organizaciones y personas han continuado con tanto éxito. Un camino de solidaridad, de amistad y de paz. Nuestro encuentro entonces fue un descubrimiento extraordinario. No éramos tan distintos. Nos impulsaban los mismos valores familiares y sociales, y aquello fue el comienzo de una gran amistad. No todo fue sencillo ni fácil. Como dice el poeta español Antonio Machado, «caminante no hay camino, se hace camino al andar…» Y así, paso a paso, golpe a golpe, caminando Juntos por la Vida construimos un puente de solidaridad y encuentro, por el que hoy ya pasean los hijos de aquellos niños y niñas que nos recibieron con sonrisas y lágrimas de alegría.

Afortunadamente, ese puente que levantamos juntos entre nuestros pueblos supimos construirlo sobre cimientos firmes; y es que cuando se edifica sobre la amistad y la fraternidad, las obras son duraderas. Por ese puente han transitado y transitan millares de ilusiones, de realidades y de esperanzas, que nos acercan más cada día. En el camino quedaron dolores y sinsabores, siempre presentes en cualquier experiencia humana. Pero creo sinceramente que todo lo que se hizo y se sigue haciendo mereció y merece la pena.

Sin duda, Ucrania vive hoy un momento histórico límite. Está en juego su propia sobrevivencia. No podemos dejar solos a los ucranianos que huyen de su país y a los que sufren en el interior el horror de la guerra. Europa debe demostrar que cuando la razón se nubla por el egoísmo y la violencia, sabemos encontrar la respuesta en el corazón, en la solidaridad y en la cooperación eficaz y organizada. Como hicieron tantas familias valencianas que dieron y dan soporte a nuestros programas. Gracias a todos. Y para vosotros, amigos ucranianos, mis sinceros deseos de paz y prosperidad para todo vuestro pueblo. Como hicimos tantas veces hace tiempo en nuestros encuentros, desde aquí levanto mi copa por vosotros y vuestro país y digo en alto: «Ukrayina moya maty» (Ucrania también es mi madre).