Hace dos años se suspendieron las Fallas por el confinamiento producido por la pandemia. Aunque muchos pensamos que los problemas de la pandemia serían más leves y menos duraderos, hemos tenido que esperar demasiado tiempo para poder atisbar cierta normalidad. Una normalidad endeble, llena de incertidumbres, pues la pandemia aún no ha acabado, aunque haya pasado a un segundo plano por el triste problema de la guerra de Rusia contra Ucrania. Por desgracia, se vuelve a observar una guerra más, cuando otras aún están activas y siguen personas muriendo y sufriendo por medio mundo.

Las Fallas se intentarán vivir mejor este año, pero se mantendrá un regusto amargo porque la fiesta no se podrá disfrutar totalmente debido al recuerdo permanente del sufrimiento del pueblo ucraniano.

Las Fallas son un buen ejemplo de cultura de paz. Cuando Enrique Múgica Herzog vino por primera vez a ver las Fallas, le sorprendió no sólo la magnificencia y belleza de los monumentos, los trajes regionales o las bandas de música, sino la capacidad de la sociedad valenciana para, a través de la fiesta, encontrar un factor clave de estructuración social. Percibió muy bien el componente social de las Fallas: todo un año trabajando en los casales para lograr un objetivo que produzca bienestar y alegría.

El esfuerzo que ello conlleva, además, crea un ciclo económico perfecto a partir del cual viven miles de familias creando los monumentos falleros, los trajes, la pirotecnia, las flores, la música, las carpas, la hostelería… Todo para que la fiesta esté en las calles. Cuando arden las Fallas, comienza de nuevo el ciclo. Y, por si fuera poco, en los casales durante todo el año se facilita el encuentro social, el apoyo, la compañía, la amistad. Sin duda, es un magnífico ejemplo de cultura de paz, de cohesión social. Y eso se manifiesta también en la enorme solidaridad que se despliega en la sociedad valenciana ante cualquier problema.

Este año, las fiestas se solaparán con el sufrimiento del pueblo ucraniano. Una mala persona, el presidente Putin, acompañado por sus acólitos (sin duda, no todos los rusos), ha decido atacar Ucrania, masacrarla y destruirla, promoviendo la cultura de la guerra, al más viejo estilo nazi, amedrentando a su vez a quienes quieran apoyar a los ucranianos. La amenaza nuclear no sólo es un problema porque Putin tenga su botón rojo, sino porque muchos países optaron por la cultura de la guerra y hoy es posible eliminar no sólo la tierra varias veces, sino que sería posible incluso afectar al sistema solar con todas las armas nucleares.

En este juego de tronos, en el que el más malo parece que es el que está atacando ahora, no hay que olvidar que otros están aprovechando la coyuntura para aumentar sus ingresos gracias a la venta de armas, al malicioso trajín que se llevan algunos con las limitaciones económicas que hacen que se empobrezcan unos mientras otros saldrán más ricos después del conflicto, si es que hay un después.

Por desgracia este año, escuchar las potentes carcasas de la Mascletá o de los Castillos y la Nit del Foc, nos recuerdan las bombas que están matando a personas en Ucrania y en otras guerras. Lo positivo es que demostrarán que los explosivos pueden utilizarse para el bienestar en una cultura de paz de manera muy diferente a lo que ocurre en una cultura de odio y guerra.

Suponemos que la sensibilidad de las falleras y falleros acompañarán en estas fiestas ese dolor y cuando cada cual, según creencias, entre en la Plaza de la Virgen durante la Ofrenda, le caigan o no las lágrimas, recuerden a Ucrania. Estas fiestas no pueden suponer un olvido de las personas que están resistiendo o muriendo. Creo que el corazón fallero será capaz de iluminar con esperanza esta situación promoviendo también la cultura de paz. Lo más esperanzador es que en el mundo somos más quienes estamos a favor de una cultura de paz, de respeto a los derechos humanos, aunque ahora vuelvan a ser los intereses económicos, nacionalistas y del poder imperialista, los que pisotean esos derechos. En cualquier caso, somos más quienes estamos por la paz y podremos, antes o después, acallar a los señores de la guerra. La esperanza debemos apoyarla en nuestra realidad social cotidiana, asentada en su cultura de paz.