Creo que la primera vez que escuché la palabra bacalao -dejémosla sin la estigmatizada letra k- expedida como exclamación de júbilo y por supuesto, como invitación libidinosa, «¡Xiques al bacalao!», fue al escultor Evaristo Navarro. Seguramente ocurrió allá por mitad de los ochenta, al final de una de aquellas noches libertinas de La Marxa, el local que abanderaba el ocio y la fiesta en el corazón de Ciutat Vella. Estos días se puede ver una exposición en el IVAM que bajo el título de Ruta Gráfica. El diseño del sonido de València reúne una buena cantidad del repertorio iconográfico que las discotecas de la llamada Ruta del Bakalao -un nombre detestado por sus promotores y agentes- destilaron en esos años, entre las décadas de los ochenta y noventa. Llama la atención que el libro editado para la ocasión no recoja ninguna información gráfica de un local como La Marxa, espacio referencial por lo que se refiere a esas coordenadas donde se cruzan contracultura, territorios alternativos, underground y otras denominaciones que se citan a propósito de algunos de los locales que señalaron el ocio nocturno. Un señorial espacio que había sido una importante galería de arte contemporáneo a finales de los años setenta y que ahora servía de punto de encuentro para la aristocracia bohemia autóctona donde coincidían Olga Poliakov como maestra de ceremonias, David Duplex, que había dejado el atrezo punk por el ornamento festivo Culture Club de Boy George; la modelo Begoña Kanekalon y su pigmalion, Víctor Candela, Cesar Hernández y la banda del restaurante Tapinería o un Joan Monleon como fallera postmoderna y émulo de Divine descendiendo a ritmo de pasodoble las escaleras del local para un programa de la 2 de TVE. Hasta una Carmen Alborch paseando su recién estatus de decana de la Facultad de Derecho compartiendo velada con las tribus góticas que animaban el local. La cámara de José García Poveda «El Flaco» servía de testimonio gráfico. Por La Marxa también se dieron cita una generación de artistas plásticos como José Mórea, Pepe Romero, Javier Baldeón, Evaristo Navarro, José Sanleón o Manolo Rodríguez, que dejaron sus huellas en algunas de las manifestaciones que se celebraron en el local. Recuerdo una luminosa exposición de carteles con motivo de la fiesta del Corpus que adornaron la fachada del edificio.

En sus años de vida nocturna La Marxa se convirtió en una especie de centro cultural alternativo que también ejercía de bar musical y discoteca donde se cruzaban las canciones de The Smiths, Golpes Bajos y el Embrujada de Tino Casal. Referencia lúdica y estética para muchos de los nuevos espacios que empezaban a abrirse en la noche valenciana. Años de gobernanza hedonista y el placer -sin data de caducidad- de una joie de vivre como expresan los carteles, invitaciones y otros soportes gráficos que se pueden ver en la exposición del IVAM. Ese murciélago victorioso que el diseñador de moda Valentín Herráiz creó para la discoteca Spook o el potente grafismo del tándem Paco Bascuñán-Quique Company para ACTV. En la memoria de esos años la llegada de la corte de dragqueens de Nueva York capitaneada por la polifacética Susanne Bartsch que Carlos Simón presentó, si no me falla la memoria, en la discoteca Puzzle. Recuerdo que en ese tiempo trabajaba para un magazín de Canal 9 y propuse hacer un reportaje de la troupe neoyorquina pero su imagen resultaba demasiado heterodoxa para una primeriza televisión autonómica donde la máxima fantasía permitida de momento eran las americanas de Joan Monleon que le confeccionaba la sastrería Mallent.