El pueblo al que Felipe II trasladó la Corte huyendo de la nobleza y del clero llegó a ser capital del Estado y sede del absoluto centralismo político administrativo, nos convirtió en huéspedes intermitentes, clientes de sus hoteles y usuarios del ocio en el tiempo entre la consabida gestión y el «vuelva usted mañana». Para los madrileños España se dividía en Madrid y provincias y cuando creíamos haber recuperado nuestra idiosincrasia su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, se permite decir que España es Madrid y que Madrid somos todos. Miedo me da esta señora que donde pone el ojo aparece su víctima.

Licenciada en Ciencias de la Información a la tardía edad, para una universitaria, de 25 años se desconoce si alguna vez tributó como trabajadora por cuenta ajena ni hay ejercicio de memoria que encuentre una noticia, hablada o escrita, digna de recordar, pero ingresó en las juventudes del P.P. comandado por Pablo Casado, que sería su mentor y apoyo decisivo en su escalda política hasta alcanzar la Presidencia de la CC.AA. Allí empezamos a conocer su afán de protagonismo y carencia de talante democrático en las continuas invasiones de competencias del presidente del Gobierno que fueron evidentes durante la pandemia de la que -¡válgame Dios!- sería la única beneficiada. Mientras el Gobierno nos confinaba, la hostelería pasaba por su peor crisis y todos clamábamos por las mascarillas, Isabel I de Madrid acumulaba el mayor número de fallecidos por el virus y pedía cerveza en la barra de los bares; los madrileños se lo agradecieron con una votación que ganó por goleada; ondeando su bandera populista pretendió el control del P.P. y abrió su segundo frente contra el propio Pablo Casado que había incurrido en dos delitos de lesa majestad: Mostrar sus predilección por Martínez Almeida y, cumpliendo el compromiso de sacar a su partido de la corrupción, pedirle explicaciones, a las que no contestó, por la intervención de su hermano Tomás en un contrato para importar mascarillas desde China. Le acusó públicamente, sin el menor indicio ni prueba, de un delito de espionaje.

Raya en la incredulidad de los ciudadanos y de la Fiscalía Internacional que la iniciativa del encargo no fuera suya, o no supiera que recaía en una pequeña empresa de su amigo con la que colaboraba su hermano ya que, según propia confesión, el arduo trabajo que realizó Tomás sin moverse de Madrid, durante el largo tiempo de unos días o alguna semana, solo fue retribuido con la mísera cantidad de 55.000€; el resto, hasta 283.000€ fue por otras cuestiones laborales. Todo dentro de la legalidad. De la ética y la estética ni la mínima referencia; mientras la Fiscalía Internacional pide que se investigue el asunto sus seguidores montan un escándalo cuando un periodista se permite sacar el tema.

El P.P. no creyó en el espionaje, ni en la inocencia de Isabel I de Madrid, pero Pablo Casado no pasaba por su mejor momento. A sus deficiencias políticas añadió el gran error de error de confundir al contrincante, el P.S.O.E., con el enemigo. El enemigo era VOX que, poco a poco iba creciendo a costa de los populares, y aprovecharon la oportunidad para exigirle el relevo.

El éxito de Ayuso radica, como otros dictadores de infausto recuerdo y nefasto presente, en la exaltación de su patria chica a costa del resto de la población; no encuentra justificación a los gastos del Ministerio de Igualdad en la atención a escuelas infantiles, permisos de paternidad, incentivos a la contratación y similares que propician el trabajo de millones de personas, sobre todo de las mujeres, su apego al capitalismo, puro y duro prometiendo facilitar, e incluso omitir, los trámites para que las empresas periféricas se instalen o trasladen a Madrid con beneficios fiscales que generarán el déficit presupuestario del que, cómo no, acusará a Pedro Sánchez; sus palabras actúan como un imán ante la clase trabajadora ante la perspectiva de cambiar los tristes subsidios por un trabajo remunerado. Para colmo, se permite señalar a los valencianos como privilegiados por los fondos europeos cuando el Estado tiene con nosotros una deuda histórica sin visos de que se salde. Ante este afán parasitario a nuestra costa sus compañeros del P.P. por estas latitudes no han abierto la boca. ¿Acaso le tienen miedo?

Quienes deberían tenérselo son los gobernantes de una supuesta izquierda porque sus palpables errores serán aprovechados por la vecina del centro.; tardan tantos años en aprobar los planes urbanísticos que nacen obsoletos, crean tal inseguridad en los inversores que huyen del territorio valenciano refugiándose en otras Comunidades, las últimas las fotovoltaicas, que encontrarán en Castilla la acogida que nosotros les negamos. En la ciudad que soportó el semáforo de Europa también se tolera la normal congestión de las calles y los atascos cuando necesitamos utilizar nuestro coche pero a ninguno se nos ocurre que la solución pase por sectorizar los recorridos, interdicciones de aparcamientos, abusar de las reserva para carriles-bici o el regreso a la tipología edificatoria de nuestra huerta o a una subsistencia basada en el sector terciario. Valencia ha sido reconocida como la ciudad óptima para vivir en ella por lo que siempre fue, y no por lo que pretenden convertirla. A los añorantes de la vida paradisíaca sobre caminos despejados y a la sombra de los árboles les haríamos una sugerencia: trasládense a las localidades del interior, a la España despoblada, pongan al servicio de los pueblos que se extinguen sus mente prodigiosas e incorpórenlos al desarrollo sostenible. En vez de quejarse y mandar a otros váyanse ustedes. ¿Les extraña de verdad que la clase obrera vote a las Derechas?

Hemos perdido demasiadas oportunidades; No nos conviertan en cadáveres de sus incapacidades y demagogias porque los cuervos nos olerán a distancia.